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Federico

11 abril 2025 20:39 | Actualizado a 12 abril 2025 07:00
Natàlia Rodríguez
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La luna vino a la fragua Con su polisón de nardos. El niño la mira, mira. El niño la está mirando. En el aire conmovido mueve la luna sus brazos y enseña, lúbrica y pura, sus senos de duro estaño.

Huye luna, luna, luna. Si vinieran los gitanos, harían con tu corazón collares y anillos blancos. Niño, déjame que baile. Cuando vengan los gitanos, te encontrarán sobre el yunque con los ojillos cerrados.

Huye luna, luna, luna, que ya siento sus caballos. Niño, déjame, no pises mi blancor almidonado. El jinete se acercaba tocando el tambor del llano. Dentro de la fragua el niño tiene los ojos cerrados.

Por el olivar venían, bronce y sueño, los gitanos. Las cabezas levantadas y los ojos entornados. Cómo canta la zumaya, ¡ay, como canta en el árbol! por el cielo va la luna con un niño de la mano. Dentro de la fragua lloran, dando gritos, los gitanos. El aire la vela, vela. El aire la está velando.

Lorca el telúrico, las metáforas de tierra, el poeta total, el Picasso de las palabras. Ese Federico ausente, con los huesos perdidos bajo un olivo, dice Ian Gibson. Mi madre me obligaba a recordar sus versos mientras en la cocina pelábamos guisantes que nos escapaban, que se escurrían por debajo de la mesa, guisantes que me comía a escondidas, guisantes como versos, como recuerdos verdes.

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