No debe de ser fácil para un periodista ser invitado a viajar en el Air Force One, el avión presidencial de Estados Unidos. De hecho, los afortunados son elegidos bajo estricta supervisión y con el auspicio de sus medios de comunicación. Viajan en la cola, con 85 teléfonos y conexión para ordenadores.
La nave, de 370 metros cuadrados, tiene tres plantas con salón de conferencias, comedor, suite presidencial junto a los mandos, ambulatorio, cocina y espacios para el personal de seguridad y para la prensa.
Preparado para resistir ataques y repelerlos, el avión que usan los presidentes norteamericanos puede estar en el aire sin parar y repostar en pleno vuelo. Pero ni todas estas virguerías sirven para impedir que de su interior desaparezcan mantas, vasos de chupitos, barajas, platos y otros objetos con el emblema del Air Force One.
Así que, después de hacer un inventario en el que faltaban incluso las toallas que le dan a los corresponsales, la Casa Blanca exhortó a los periodistas a que dejaran de robar estos artículos.
La Asociación de Corresponsales fue tajante: está prohibido sacar cosas de la cabina: «Si te llevaste algo por error o sin querer, podemos ayudarte a facilitar su devolución silenciosa», dijo en un correo electrónico.
La iniciativa ha cosechado cierto éxito, pues ya ha habido alguna devolución, con comentarios en los que los aludidos se defienden al denominar la sustracción como «olvido» o justificándola con un «todo el mundo lo hace».
El souvenir oficial en los últimos años es una caja de dulces M&M, que autografía Biden. Los objetos que se hallan en el Air Force One se venden a través de una web, pero al parecer algunos periodistas preferían llevárselos sin pedir permiso ni pagar. Robar en el avión presidencial debe tener cierto morbo.