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Arnau París: Memorias de un cocinero ‘Pim Pam’

Vendía grifos de la empresa familiar, pero ganar ‘Masterchef’ en 2021 sacudió su vida. Hoy sale en el ‘Cuines’ del 3Cat cada tarde

05 abril 2025 15:56 | Actualizado a 10 abril 2025 20:01
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Arnau París es un cocinero de la tele, figura mitológica, solo comparable al meteorólogo, que se nos mete en casa después de comer (o mediante reels de Instagram) y, sin que te des cuenta, un día ya es parte de la familia.

El destino de Arnau no era, ni de lejos, ser una estrella de los fogones. Su carrera profesional estaba encaminada a la empresa de grifería de su padre. En 2021, ganar Masterchef puso su vida patas arriba: cambió el uniforme de comercial y las horas de carretera por el delantal, los cuchillos y los videos virales de bocatas. Hoy lo tenemos cada sobremesa en el Cuines del 3Cat, donde le acogieron y proporcionaron la coletilla que todo cocinero mediático necesita —en su caso pim pam, porque Arnau es un tío que va al grano. No parece que nadie vaya a quitarlo de ahí.

Para explicarse y explicarnos esta ascensión meteórica sin haber cumplido los cuarenta, París ha escrito un libro, A Foc Lent (Columna), una suerte de memorias frenéticas y sentidas. En la historia de construcción de su sueño, no ahorra ningún dardo contra el circo de la cocina televisiva o contra él mismo. Sus aventuras nos llevan a un campamento de guerrilleros colombianos de las FARC, pasando por Nueva York, hasta llegar al descubrimiento de sus orígenes familiares rurales en el Molí de la Vansa, en la Noguera, donde se toma un respiro de su ajetreada y energética vida actual..

Además de sitios exóticos como Colombia, también viviste en el Camp de Tarragona.

¡Sí! Cuando volví de América encontré trabajo en la Fischer de Mont-roig, la fábrica de tacos, como financiero. Viví dos años en Reus, en la calle Hospital. No nos engañemos: solo iba de casa al trabajo y me aburrí un poco.

Escribes: «la tele es un trampolín que te impulsa, independientemente de tu talento real». ¿Hay mucho farsante?

Tenemos que entender la tele como lo que es, entretenimiento. Hay gente que tiene el talento de entretener, pero a veces nos confundimos. Hay de todo. Depende mucho del formato. No todo el mundo es Arguiñano y en programas como Masterchef los hay que no tienen ni idea de cocinar.

¿Si ahora todo te fuera mal, volverías a vender grifos?

No me importaría. El trabajo de comercial no me disgustaba. Lo asumiría como una retroceso, claro, porque sería abandonar la comunicación y la cocina, que me gustan mucho. Lo que llevaría peor es volver a encerrarme en una oficina de 8 a 6.

¿Eres mejor comunicador o cocinero?

Mejor comunicador, sin duda. Hay que ser sincero: solo hace cuatro años que cocino y muchos más haciendo de comercial, que es un trabajo de comunicación. Antes de pasar por cocinas profesionales, pensaba que lo de los fogones era innato, que lo llevaba dentro. Pero en realidad no sabía nada. Estoy aprendiendo el oficio y he juntado las dos cosas, cocinar y comunicar.

Del libro se desprende que fuiste a ‘Masterchef’ a trolear.

Ja, ja, ja, yo fui allí con ganas de aprender y formarme como cocinero. Pero cuando me encontré con el ambiente televisivo me dije que tenía que jugar todas mis cartas: ser un personaje y entender lo que la situación requería de ese personaje. Me fue bien. Sin Masterchef no estaría aquí y estoy contento.

Los 100.000 euros de Masterchef, después de pasar por el fisco, quedaron reducidos como una demi-glace, cuentas.

Sí, es verdad. ¡Pero ojalá esta trompada de Hacienda cayera cada año! Con suerte y con curro he podido vivir de mí mismo, es un trabajo que disfruto.

Citas como referentes de chef a Oriol Rovira, a Jordi Vilà o a Alex Atala, perfiles de cocineros centrados en las raíces. Pero no a Jordi Cruz.

Con Jordi hay muy buen rollo, pero el tipo de cocina ‘molecular’ que hace no me identifica. Los aires y las esferas impresionan, pero cuando me enseñaron a desplumar una becada o deshuesar un corzo me interesó más.

¿Cuándo diste tu famoso discurso en TVE a favor de la cocina de los orígenes, ya sabías que ese era tu camino?

La verdad es que ahí llevaba una flipada de campeonato. No eres muy consciente de lo que haces, todo va muy rápido. Fue Jordi Cruz quien me paró los pies.

¿Tres meses en ‘Els Casals’, el restaurante de Oriol Rovira en el Berguedà, bastan para aprender a cocinar?

En mi caso fue la semilla de todo. Volví al año siguiente de stagier. Tuve suerte que un jefe de partida se fue y Oriol, vigilándome, me dio más responsabilidad. Entendí qué es la restauración de alto nivel y me siento cocinero desde esa experiencia.

Pero no vas a abrir un restaurante.

No, no. Como mucho, un frankfurt.

Dejas ir cierta queja sobre la dificultad de abrir mercado mediático porque «hay perfiles más atractivos para las marcas españolas». ¿Es un hándicap ser catalán?

Sí. Tener acento catalán y defender la cocina territorial te inclina hacia una audiencia. Hay una parte del público catalán que no tolera lo castellano. Y viceversa. Esa sensación es clarísima. Y a nivel publicitario, las marcas tienen muy bien definidos los perfiles que necesitan.

En el libro hay varias cartas de gente que habla bien de ti. ¿Has tenido que cocinar muchos sobornos o ya venían convencidos de casa?

No, no. Ha sido voluntario y no he tenido que amenazar a nadie. Quería reflejar mis diferentes etapas a través de la visión de la gente que me quiere. Me ayuda, por ejemplo, que mi pareja me diga que hay un Arnau histriónico y que he hecho cosas mal. Hay cartas que me han emocionado mucho.

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