La política que han asumido los bancos centrales a ambos lados del Atlántico va más encaminada a contener la inflación que a favorecer el consumo y, con este, la rueda de la economía.
De hecho, los sucesivos incrementos en el precio del dinero han llevado los tipos de interés a unas cifras que se encuentran entre el 4% del Banco Central Europeo (BCE) y el 5% de la Reserva Federal estadounidense y del Banco de Inglaterra. El coste de hacer lo que sea para frenar una inflación que, por otra parte, vuelve poco a poco a su cauce, puede ser demasiado elevado.
Y es que enfriar la economía poniendo el dinero a un precio solo al alcance de los proyectos que ofrezcan mayores garantías de rentabilidad a breve plazo puede conllevar que millones de iniciativas empresariales y de familias se vean obligadas a afrontar mayores costes financieros, y a descartar o posponer sus planes. Después de operar con calma sobre el supuesto de que la inflación sería transitoria, los bancos centrales están navegando por un mar ignoto.
Cuentan por ahora con la aprobación de casi todos los gobiernos y el margen de confianza sobre un 2023 en crecimiento, pero su proceder no está libre de recelos. Mantener el precio de dinero en índices tan altos pone en serios apuros a las economías domésticas, que no hay que olvidar que actúan como el motor de la sociedad.
Y, de hecho, los hogares ya se están resintiendo, como lo demuestra un decaído mercado inmobiliario, lastrado por la espectacular subida del euríbor que también ha hecho mella en miles de familias que tienen que hacer frente a una hipoteca de tipo variable.
La situación se agrava por el incremento de los intereses de los créditos, que superan el 8%, mientras los bancos no acaban de trasladar la subida del precio del dinero a los ahorros de sus clientes. Todo ello debe ser tenido muy en cuenta por el BCE para que sus políticas no acaben de ahogar a los pequeños empresarios y a las familias.