En no pocas ocasiones le he contado mi vida a desconocidos. Debo decir que nadie ha salido huyendo y que por sus actitudes algo de interés debía tener la historia. Me ha pasado casi siempre que no he querido contar mi vida a los conocidos. Tras grandes fracasos o duelos, podía explicarle con todo lujo de detalles mi dolor a un camarero, a una librera o a un dependiente de Zara, pero era imposible que se lo contara a mi familia o a mis amigos. Quizás porque lo que más nos seduce de contarle la vida a desconocidos es que no pueden contrastar el relato y eso te permite volverte a contar a ti misma. Reescribirte. Usar los hechos para crearte de nuevo. Pensar que las palabras nos dan un traje nuevo y que somos vistos por primera vez a través de los ojos que nunca nos han mirado ni nos han escuchado. Seguramente esa posibilidad es la base de toda aventura, ya sea geográfica o sentimental, buscar cómo poderte contar de nuevo. Pero llega el momento en el que miras a tu alrededor y te das cuenta que los testimonios de tu vida van desapareciendo, que quedan pocos que puedan decir «antes de que tu nacieras», que la verdad está escrita en los ojos de los que te acompañan, los amigos de siempre, la familia, la pareja. Esos constantes ojos que te observan y que a veces se ríen de ti, otras te miran con asombro pero siempre, siempre te ven. Existimos gracias a esa mirada.
Desconocidos
12 abril 2025 20:43 |
Actualizado a 13 abril 2025 07:00

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Un articulo de Natàlia Rodríguez
Directora
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