La reconstrucción del PP tras el descenso a los infiernos de la corrupción, que d esembocó en la moción de censura que abatió a Rajoy de la presidencia y en la llegada del centroizquierda al poder, no es tarea fácil para Casado, quien internamente derrotó contra pronóstico al oficialismo representado por Soraya Sáenz de Santamaría, y por ello quedó espontáneamente vinculado al ala derecha del PP, con Aznar y Esperanza Aguirre a la cabeza, que había fracasado en su intento de toma de poder en el Congreso de Valencia de 2008 y que se apresuró a bailar de alborozo sobre las cenizas humeantes de Rajoy.
En aquel grupo sedicentemente liberal, para algunos cercano a la extrema derecha, estaban también, bajo la batuta de Aznar y Aguirre, Isabel Ayuso, Cayetana Álvarez de Toledo, Jaime Mayor Oreja. y Santiago Abascal. Por supuesto, en torno a Aznar y a sus dos epígonos jóvenes más brillantes, Casado y Ayuso, pululaba también Miguel Ángel Rodríguez, personaje decisivo en la carrera política de Aznar, quien terminó sumándose a la aventura madrileña de Ayuso (es su director de gabinete), aunque decidido a que su pupila utilizara esta posición privilegiada como medio (para lograr el liderazgo estatal) y no como fin sin otra proyección posterior.
Del mismo modo que las urnas en primarias otorgaron el liderazgo a Sánchez (en este caso, después una defenestración dolosa y traicionera tras su primer encumbramiento), Casado tuvo también la indiscutible legitimidad originaria que proporciona la elección directa. Sin embargo, Casado se ha encontrado con la escisión ya hecha: Abascal, con apoyos que algún día se conocerán con pormenor y aprovechando la crisis de credibilidad y liderazgo de un partido vapuleado y en crisis como el PP, había formado ya el partido de extrema derecha que la ocasión le ofrecía. Y que dejaba a Casado ante complejos dilemas que todavía no se han resuelto.
La extrema derecha de algunos países europeos es transversal; una parte notable de la frustrada clase trabajadora vota a Le Pen en Francia desde hace lustros. En España también se da este fenómeno pero en mucha menor proporción. Aquí, Vox recoge sobre todo a votantes desengañados del PP (y de su sombra, Ciudadanos, abatida por la impericia de un mal líder demasiado ambicioso), por lo que los populares, la formación de centro derecha democrático, aunque ha conseguido reintegrar a buena parte del electorado de Cs ante la piruetas inefables de Rivera, ha sufrido por la derecha un mordisco importante en su integridad, puesto que ha desertado el ala dura proveniente de la antigua Alianza Popular, el sector nostálgico de pasadas experiencias autoritarias, inflexible con los valores rancios del nacionalcatolicismo, vinculada a unas clases altas que en realidad nunca pensaron seriamente que una izquierda inquieta pudiera terminar prosperando con exigencias templadas y en absoluto revolucionarias: una mayor nivelación económica, un funcionamiento correcto de los ascensores sociales, unos instrumentos institucionales que aseguraran que todos disfrutaremos de un parcela suficiente de estado de bienestar.
Esta situación deja a Casado en una posición delicada: el pluripartidismo, que representa el entierro de la teoría del voto útil, obliga a los antiguos grandes partidos a pactar con las fuerzas colindantes. El PP, a cuyos flancos están Vox y Ciudadanos, consiguió en un tiempo la complicidad de Ciudadanos, que relativizaba la incómoda compañía de Vox, pero el hundimiento de la formación centrista deja a Casado en la indigencia, en tanto el PSOE puede convertirse con lógica facilidad en cabecera de la izquierda, en la que no hay fuerzas parlamentarias extraconstitucionales.
Tal como se están desarrollando los acontecimientos en Europa -Polonia y Hungría, en manos de fuerzas de extrema derecha amigas de Vox, están a punto de perder las dotaciones presupuestarias de la UE y de ser excluidas de los órganos decisorios-, el PP deberá medir mucho sus aproximaciones a VOX, con lo que, si no se alteran los equilibrios de forma significativa, el PP dejará de ser una opción real de poder.A menos que siga la senda alemana de la Gran Coalición, que solo podría plantearse aquí si el PP superara electoralmente al PSOE. Algo que ya ha visto Casado, quien ha osado describir esta hipótesis, ante la indignación indisimulada de Vox. Es pronto para seguir lucubrando en este sentido, pero es bueno que la hipótesis se tenga en la cabeza a la hora de prodigar críticas y elogios.