Este febrero se cumplen más de 3.600 días de uno de los sucesos clave en la historia de Ucrania, imprescindible para entender el conflicto actual con Rusia. Ha pasado una década del abandono del país por parte del presidente ucraniano, el prorruso Víktor Yanukóvich, que se marchó tras meses de protestas en las calles, conocidas como el Euromaidán: manifestaciones de carácter europeísta y nacionalista que se iniciaron en Kyiv en noviembre del 2013.
Ucrania se encontraba entre los que solicitaban una mayor integración con Rusia y los que querían que la mayor alianza fuera con la Unión Europea. Entonces, hacía ya 22 años de la disolución de la Unión Soviética, aunque los lazos con Moscú eran estrechos, ya que Yanukóvich era una figura bien valorada en el Kremlin.
Ya antes de la marcha del presidente, la Federación Rusa, comandada ya por Vladímir Putin, había decidido unilateralmente la anexión de la península de Crimea y de la ciudad de Sebastopol, lugar donde Rusia tenía bases militares. Ambos territorios eran dos divisiones subnacionales de Ucrania, pero, a través de un referéndum, se unificaron para formar la República de Crimea dentro de Rusia. Esa anexión violó un tratado internacional y tres bilaterales, y fue catalogada como ilegal por la comunidad internacional.
Fue la semilla que provocó que algunas regiones ucranianas, como Lugansk, Donetsk y Járkov, quisieran seguir sus pasos por sus diferencias con el gobierno provisional. Esto provocó la llamada guerra del Dombás, que fue desarrollándose con diferentes intensidades hasta hace dos años.
El 24 de febrero de 2022, meses después de que las tropas rusas dieran señales, se inició definitivamente la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania, un conflicto que sigue cobrándose vidas.
Una investigación de la publicación ucraniana Tyzhden cifra en unos 30.000 el número de soldados ucranianos muertos desde el comienzo de la invasión militar rusa. La investigación también sitúa el número de heridos entre 90.000 y 100.000, de los que la mayoría habrían vuelto a combatir tras recibir tratamiento.
La comunidad de Tarragona
Zoryana Lyashenko ya lleva en Tarragona más de veinte años. Vino a finales de los noventa, en busca y de un futuro mejor, a causa de la crisis económica que azotaba en aquel momento a su país.
En el año 2014, a causa de los sucesos en Crimea, ella fue una de las personas que crearon la Asociación Ucranianos de Tarragona ‘Khortytsya’. «Putin utilizó la supuesta opresión del idioma ruso en Ucrania y se erigió en un ‘salvador’ ficticio», asegura. De hecho, en el país eslavo conviven varias nacionalidades: ucranianos, rusos, húngaros, polacos, griegos, rumanos, armenios... La asociación, desde su creación, ha impulsado la cultura ucraniana en Tarragona. Tuvo un papel vital a raíz del inicio de la invasión a gran escala, este sábado hace dos años.
La asociación, desde su creación, ha impulsado la cultura ucraniana en Tarragona
«Hemos enviado comida, material sanitario y de construcción, vehículos de evacuación...», admite Lyashenko, quien también asegura que «actualmente, el 80% de las personas que están en el frente no tiene ningún tipo de formación, ya que Ucrania lleva años desmilitarizándose».
Eso ha provocado que exista muchísima población civil que no haya tenido opción: «Son profesores, abogados, conductores de autobuses, de tranvías... gente que en su vida ha visto un arma», indica la secretaria de la asociación.
Precisamente el trabajo de la entidad ha permitido que muchos refugiados y refugiadas provenientes de Ucrania hayan podido quedarse en diferentes puntos de Tarragona. «Recomendaría a la gente ver el documental llamado 20 días en Mariúpol, se te ponen los pelos de punta; nunca pensé que la mente humana pudiera llegar a ser tan cruel, ya que vinieron a nuestro país para matar, saquear y destruir», remarca.
Lyashenko explica que «Ucrania pierde algunas batallas por falta de munición»: «La burocracia ralentiza mucho las ayudas». «La única forma de parar esto es seguir demostrando nuestra fuerza, que es el único lenguaje que entienden», sentencia.
En todo caso, destaca que el pueblo ucraniano no permitirá que se firme ningún acuerdo de paz que no implique la retirada de todas las tropas rusas de su territorio.
Marta Xifré: «Muchos nos despertamos de madrugada porque tuvimos un mal presagio»
Marta Xifré es la hija de Zoryana Lyashenko, la secretaria de la Asociación Ucranianos de Tarragona ‘Khortytsya’. Durante seis meses, tuvo dos ‘hermanos’ más: Roman y Anastasia.
«El día tres de marzo, mi marido [Èric] se fue a la frontera en busca de menores que fueran refugiados», cuenta Lyashenko. Ellos, Roman y Anastasia, que ahora tienen 17 años, estuvieron viviendo en Tarragona con Marta y con toda su familia.
«La prioridad era sacar a niños y mujeres de las zonas con mayor peligrosidad», comentan. Hubo padres que tuvieron que dejar a sus hijos con conocidos y familiares, ya que ellos se quedaron en el país: «Muchas mujeres decidieron no marcharse para estar con sus maridos, que luchaban en el frente de la guerra», expone Zoryana: «Han luchado por su futuro, por sus hijos, por su casa y por su tierra».
Durante ese semestre, Roman y Anastasia fueron dos más de la familia: siguieron estudiando [en línea], ayudaron a colectar material para enviarlo al frente e incluso pudieron ir a la nieve en Benasque.
La madre de Roman es entrenadora y profesora de kárate, mientras que los padres de Anastasia, que se encuentra estudiando en Polonia, son abogados: «Su padre está ahora mismo en la guerra, cambió su despacho por la trinchera», lamenta Lyashenko. «Cuando llamaban a Ucrania, me tocaba hacer de psicóloga; intentamos distraerlos para que no pensaran en lo que pasaba allí», añade.
Recuerdan aquel fatídico 24 de febrero de 2022: «Cuando lo he ido hablando con la gente, he descubierto que a muchos les pasó lo mismo que a mí: por alguna razón que no puede explicarse, despertamos de madrugada de repente y sentimos algo, una corazonada, un mal presagio», cuenta. «Cogí el teléfono, vi las noticias y enseguida nos pusimos en contacto con nuestros conocidos allí, y notificamos a la policía de que ese mismo día saldríamos a la calle para apoyarnos; estábamos perdidos y no dimos crédito», relata.
Argumenta que nunca olvidará «lo que se ha movilizado la gente del territorio: muchos preguntaban que qué se necesitaba, dónde podía llevarse ayuda, qué es lo que podían hacer...». La asociación empezó a trabajar y a clasificar el material recogido en un almacén de un ciudadano ucraniano residente en Tarragona.
Svitlana Perova: «No sé qué sería de nosotras si no nos hubieran acogido»
Svitlana y sus dos hijas, ahora de quince y once años, llegaron a Barcelona en abril de 2022. Después, se alojaron en Vilanova de Prades y, en la actualidad, residen en Vila-seca, en casa de unos voluntarios. Todo ello después de una odisea para conseguir salir de Járkov, su ciudad natal, y de su país.
No obstante, su marido tuvo que quedarse allí a causa de la guerra. En este momento, se encuentra trabajando y no ha sido llamado al frente: «Debe estar allí por motivos de guerra, por si lo requieren para luchar», comenta.
Svitlana y sus hijas estuvieron durante unos días en Polonia, donde llegaron en tren y en autobús, aunque finalmente descartaron quedarse tanto allí como en Alemania: «Ya había muchos refugiados y no podían acoger a muchos más». «Escogimos España porque me gustaba mucho este país», especifica. Al principio, las pequeñas no comprendían muy bien qué era lo que estaba pasando, pero, a medida que pasó el tiempo, empezaron a entenderlo.
Svitlana recuerda que, en Polonia, se encontraron con una serie de voluntarios (provenientes de diferentes puntos del continente en función del lugar de destino de cada refugiado). La voluntaria que las atendió es sobrina de la familia que les ofreció alojamiento en Vilanova de Prades y les facilitó el desplazamiento hasta Vila-seca.
Se muestran muy agradecidas e indican que generaron un sentimiento de comunidad allí: «Después de que nosotras nos marcháramos a Vila-seca, nos hemos seguido viendo con los vecinos de Vilanova, hemos hecho excursiones... Estamos muy contentas y ahora somos como una familia». Su hija mayor está estudiando en el instituto, mientras que la pequeña va a la escuela.
Tetyana Makushenko: «Mi hijo nunca pudo ver la habitación que le habíamos preparado en Lugansk»
Tetyana Makushenko y su familia vivían en Lugansk. Cuando comenzó el conflicto en el Dombás, estaban esperando a su primer hijo y acababan de construir su casa: «Ya entonces, tuvimos que dejar nuestra tierra», recuerda. «Creíamos que tan solo estaríamos fuera durante algunas semanas, pero nunca volvimos».
En aquel momento, ella estaba embarazada y cuenta que necesitaban encontrar una ciudad para cuando llegara el parto y se mudaron a Járkov. Su madre, de 71 años entonces, viajó con ellos: «Mi hijo nunca pudo ver la habitación que le habíamos preparado en Lugansk y no estuvo en la ciudad en la que nació toda su familia», lamenta.
Pasaron ocho años. «El 23 de febrero de 2022, felicitamos a mi madre por su 79 cumpleaños y, el 24, me desperté a las 4.30 de la mañana y supe que nuestra ciudad y parte de nuestro país estaban siendo bombardeados». «Sinceramente, no podíamos ni creer que todo esto estuviera sucediendo en la Europa del siglo XXI», argumenta.
Decidieron trasladarse al oeste, cerca de las fronteras: «Estábamos en shock, pero ni siquiera pudimos llorar, por los niños: les dijimos que íbamos a viajar, pero entendieron que no se trataba solo de eso». Tardaron unas 36 horas en llegar hasta su destino, cuando, en condiciones normales, ese viaje no debería durar más de doce.
«Recibíamos novedades sobre las carreteras y las ciudades que eran objeto de ataques», recuerda. Tras unos días en la parte occidental, entendieron que no era un lugar seguro y optaron por marchar de nuevo.
Se fueron hasta Rumanía, donde estuvieron unas 36 horas para entrar: «Todos nos ayudamos entre nosotros: recibimos cafés, comida caliente, juguetes... fue muy lindo lo que hicieron por nosotros; nos quedamos en Rumanía casi medio año y tratamos de entender qué hacer con nuestra vida». Temieron que el ejército ruso llegara a otros puntos de Europa.
«Sufríamos porque veíamos que en Járkov había bombardeos y muchos de nuestros amigos y familiares se quedaron allí», indica. Pensaron en marchar hacia Estados Unidos o Canadá, pero lo vieron muy lejos.
Finalmente, después de cuatro días de viaje, llegaron a España: «Nos encanta la zona de Tarragona; es preciosa, con una gran historia, grandes tradiciones y personas muy agradables». Actualmente, la familia vive en Reus.
Explican que pueden mantener sus tradiciones gracias a la Asociación, pero que también les gusta la cultura catalana: «Los niños van al colegio y hablan tanto catalán como castellano, además de que han hecho muy buenos amigos y se encuentran muy cómodos aquí». Por eso, agradece a la ciudadanía del territorio y tilda de «inhumanos» los ataques rusos.
Yevheniia Cherei: «Había mucho miedo entre la gente, no pensamos que pasara lo que sucedió»
Yevheniia Cherei había vivido toda su vida en Kyiv, la capital de Ucrania. Tuvo que marchar cuando estalló la guerra: «Había mucho miedo entre la gente, ya que no pensábamos que pudiera llegar a pasar algo así», admite.
Emigraron hacia un pueblo del centro del país, de donde es el padre de su marido: «Allí, la cosa estaba algo más calmada». «No obstante, al final entendimos que lo más seguro era irnos a otro lugar», relata.
Con su madre, su hijo de diez años y su perro, marcharon destino a Polonia, país al que llegaron muchos compatriotas: «Me llamó una amiga mía que vivía aquí en Salou para que viniéramos». No pudieron quedarse en su casa, ya que era demasiado pequeña para todos.
«Gracias a mi amiga, tuvimos la oportunidad de conocer a una familia catalana que quería ayudar a refugiados ucranianos», comenta Yevheniia, quien apunta que han desarrollado una relación de amistad con ellos: «Nos han hecho parte de su familia: quedamos, celebramos fiestas juntos... doy las gracias a Dios porque hayamos podido conocernos».
Se trasladaron a vivir a una segunda residencia de esta familia, en el mismo municipio de Salou. Allí han estado viviendo durante dos años, más o menos, sin embargo, desde hace poco tiempo ya están de alquiler en otra vivienda.
Yevheniia está aprendiendo español y sigue con su trabajo: «Soy diseñadora gráfica, tengo clientes de Ucrania y hago pedidos a terceros; por otra parte, también trabajo como camarera en un restaurante durante los meses de verano». No obstante, puntualiza que también está buscando más trabajo por la zona de Tarragona.
A pesar de todo, asegura que están muy cómodos: «Nos sentimos más seguros y más tranquilos; es muy difícil vivir rodeados de bombardeos a diario, como están las personas que viven ahora en Ucrania».
Afrontan su nueva vida agradecidos a la ciudadanía por poder comenzar de cero, pero siempre en contacto con lo que sucede en su país. Más aún teniendo en cuenta de que allí están parte de sus familiares y amigos, sufriendo a diario desde hace ya más de 730 días.
La adaptación de estas familias no ha sido fácil: idioma nuevo, residencia nueva, muchos inputs inesperados, seres queridos alejados... No obstante, la comunidad ucraniana refugiada en Tarragona se ha unido, factor esencial para facilitar su llegada y para ayudarse mutuamente una vez aquí.