A Jaume Ferraté, vecino de Riudoms de 56 años, le diagnosticaron trastorno bipolar no especificado hace 25. Fue ingresado por orden judicial, ya que, al ser mayor de edad y por su enfermedad, no quería hacerlo voluntariamente.
Lo narra su hermana Carme, que indica que «es un trastorno hereditario», motivo por el que ella no ha querido tener hijos. A raíz del diagnóstico, su padre les explicó que su abuela –bisabuela de Carme y Jaume– ya había pasado temporadas ingresada en el Institut Pere Mata. «También hubo un primo hermano de mi padre que mató a su cuñada de un disparo», asegura Carme.
Desde muy pequeño, Jaume era un niño inquieto: nervioso, de dormir poco, pero dentro de todo tenía amigos y llevaba una vida normal. El problema surgió cuando acudió al servicio militar.
«No acataba las normas, empezó a fumar, a beber, a juntarse con malas compañías», comenta. Su mirada cambió, se volvió agresivo y tenía alucinaciones; llegó a pegar a un agente de la Guardia Civil porque le pidió el DNI.
«Nos decían que ‘si él no reconoce que está enfermo, es muy difícil hacer algo’», Carme Ferraté
Sus padres intentaron buscar ayuda, pero la respuesta siempre fue la misma: «Nos decían que ‘si él no reconoce que está enfermo, es muy difícil hacer algo’», recuerda su hermana. Al final, llegó un punto en que la única opción fue que su padre lo denunciara.
Carme se acuerda perfectamente de la noche en la que todo estalló: «Mi padre llegó del trabajo, mi hermano bajó las persianas de casa, cerró las puertas y comenzó a discutir violentamente con él y con mi madre. Yo estaba encerrada en el baño porque nos tenía amenazados: había cogido del cuello tanto a mi padre como a mi madre y temíamos que un día llegara a algo peor».
Desesperada, llamó a la Guardia Civil, que vino junto con el médico de guardia. «Era el doctor Aguiló, que entonces era médico en Vinyols y que nos salvó la vida», comenta.
El doctor, tras hablar con Jaume, ordenó su ingreso inmediato. Pero incluso en el hospital hubo problemas. Primero, porque en ese momento no querían ingresarlo, y después, porque cada vez que dejaba la medicación o intentaba engañar a su familia para no tomarla, la situación se repetía.
«Mi padre llegó del trabajo, mi hermano bajó las persianas, cerró las puertas y comenzó a discutir violentamente», Carme Ferraté
«Llegaba al trabajo sin dormir», indica Carme, quien también cuenta que debían acostarse con muebles atrancados detrás de la puerta para que Jaume no pudiera entrar.
Estuvo unos años muy estable, pero los ingresos fueron haciéndose más frecuentes. Uno de los episodios más duros, uno o dos días antes del confinamiento por la pandemia, fue cuando se propuso a la familia que Jaume hiciera una terapia electroconvulsiva.
«Nos explicaron que hoy en día se hace con anestesia, pero sabíamos de casos en los que los pacientes quedaban irreconocibles. Así que nos negamos y pedimos otra alternativa», cuenta.
Denuncia que «el problema actual es que los protocolos de ingreso son un desastre. Antes, ibas directamente al Pere Mata. Ahora, primero te mandan al Hospital de Reus, donde ni siquiera tienen una planta de psiquiatría. Al final, todo el proceso se vuelve interminable».
«Tener un familiar con una enfermedad mental grave es una de las cosas más duras que pueden pasar en la vida», Carme Ferraté
El último ingreso fue especialmente difícil. La situación se volvió insostenible cuando le puso a su padre, de 88 años, un cuchillo en el cuello.
«Esa fue la gota que colmó el vaso», cuenta Carme, quien añade que «finalmente, gracias a un mosso que entendió la gravedad del caso, lo llevaron al Pere Mata, pero incluso allí nos encontramos con la excusa de que ‘no hay camas’; al final, tras mucha insistencia, logramos que lo ingresaran».
Las consecuencias familiares
«Tener a un familiar con una enfermedad mental grave es una de las cosas más duras que pueden pasar en la vida», resume Carme. «Y lo peor es la sensación de estar completamente solo. Nosotros, como familia, pasamos veinticuatro horas al día, siete días a la semana, con él; sabemos cuándo empieza una crisis, cuándo necesita ayuda, pero los protocolos burocráticos son nefastos y nos lo ponen cada vez más difícil; si no hay sangre o matan a alguien, aquí no corre ni Dios».
«Cuando voy a las visitas con él, tengo que ser muy cuidadosa con lo que digo delante de él, porque si menciono que ha dejado la medicación o que ha vuelto a beber, la reacción puede ser muy agresiva. Y así seguimos, intentando que lo atiendan, intentando que no recaiga, pero cada vez es más complicado», explica.
«Los protocolos burocráticos son nefastos y nos lo ponen cada vez más difícil», Carme Ferraté
Todo ello con el miedo que supone para la familia tener a una persona con este diagnóstico, que en cualquier momento, si se intensifica, puede llegar a comportarse de formas extremas e incluso a hacer daño a alguna persona. Lo que Carme y su familia piden es más agilidad en los ingresos y que se les escuche.