Ayer pasé una tarde memorable en el ‘Mobile World Congress’ de Barcelona con Steve Wozniak, Woz, que es como le apodaba Steve Jobs. Wozniak es el cofundador de Apple, que, como saben, ha sido la empresa con mayor valor en bolsa del mundo y aún es la cuarta o la quinta, según la cotización de cada día.
Fue, además, el programador y el inventor del primer ordenador personal del mundo, el Apple I, al que siguió el Apple II, que ya era capaz de reproducir imágenes a gusto del usuario. Al prepararme la entrevista, he leído que Woz renunció a todo su poder y dinero en Apple para dedicarse en exclusiva a lo que más le gusta, que es, me repite ahora: «programar, inventar, crear, disfrutar de mis amigos y mi familia y dar charlas por el mundo a chavales como los que nos ven ahora para que creen máquinas que no hagan un mundo peor, sino mejor para los humanos».
Le insisto en lo del dinero, porque he leído que, pese a su falta de interés por acumular patrimonio, tiene una fortuna superior a los 700 millones de dólares; pero me replica con la misma insistencia que no le interesa más allá «de lo que un hombre razonable pueda gastar en su vida».
Uno juraría que dice la verdad, pero después de nuestra charla Woz se va a saludar a una larga cola de fans que esperan para hacerse selfies con el creador de Apple. Mientras él reparte autógrafos, este entrevistador aprovecha para hacerle preguntas a la señora Wozniak, que se ha quedado esperándole.
Y le pregunto si es cierto que a Steve no le importa el dinero y ella confirma que tiene que encargarse ella «de todo el patrimonio familiar» y que «Steve no sabe ni lo que tiene ni le importa en realidad».
Poco antes le había preguntado a Woz delante de ella si se enfadó cuando se enteró de que Steve Jobs, el cofundador de Apple y su mejor amigo, le había engañado diciéndole que habían cobrado mucho menos por un diseño de ordenador de lo que en realidad habían obtenido para quedarse mucho más de la mitad que le correspondía.
Wozniak me contesta que no se había enfadado, pero sí que había llorado, aunque me da una lección de bonhomía cuando añade –y suena sincero– que «yo le hubiera dado ese dinero que me quitó si me lo hubiera pedido». Y aún más cuando concluye: «Pero Steve Jobs hizo mucho por los demás y eso hay que tenerlo en cuenta cuando pienso en él hoy. Y la gran lección de muchos años de trabajo es que no vale la pena obsesionarse con ningún error: fluye y aprenderás que forman parte de los éxitos».
La señora Wozniak añade después que ella trabajó con Steve Jobs en Apple y que como jefe era una maravilla y una de las empresas «que mejor entendió que las mujeres podemos ser mejores ingenieras que cualquier hombre si se nos da la oportunidad». Y me señala a los grupos de chicas de empresas tecnológicas y universidades que nos rodean por el inmenso recinto del Mobile.
Woz ya tiene 74 años y un creciente y comprensible interés por los asistentes virtuales que tal vez nos consuelen y asistan a todos en nuestra ancianidad. Me cuenta que pasa largos ratos hablando con su reloj Apple y que, aunque a la Inteligencia Artificial aún le queda un largo recorrido, la tecnología nos hará, como ha hecho siempre desde que el primer sapiens descubrió el fuego, un poquito mejores.
Pero después Woz me hace una pregunta a la que todavía le voy dando vueltas: «¿De qué se acordará usted en los momentos más importantes de su vida de lo que le diga una voz digital o de sus hijos y padres; amigos, compañeros y colegas de trabajo?».