Mi amigo abogado tiene uno de esos despachos (él le llama chiringuito) en los que durante años te hacían de todo: desde la declaración de la renta a un contrato de alquiler, venta, el Iva... «Lo que te haga falta -proclama con desparpajo siempre a la busca de clientes- falta».
Y la verdad es que se ha ido ganando la vida contando con mi profunda admiración, porque admiro a quienes son capaces de pagarse con su esfuerzo la desproporcionada cuota de autónomos que exige hoy la Seguridad Social. Y encima ayudar a la gente.
Un día le pregunté por la Inteligencia Artificial en el ejercicio del derecho en un pequeño despacho como el suyo y me miró como si le hubiera preguntado por la fisión nuclear o la óptica cuántica: algo que suena interesante en los periódicos, pero que tiene muy poco que ver con nosotros y nuestro día a día.
En cambio, hace poco me preguntó muy interesado si a mí me habían robado alguna vez la autoría de un artículo o una foto. Tal vez, admití, pero ya me conformo con que me paguen lo que escribo. «Si ves alguna vez en algún sitio que te han copiado alguna obra sin permiso, me avisas», concluyó misterioso.
Y ahora me voy enterando de que ha convertido su despacho en un eficiente centro de reclamaciones de propiedad intelectual; de impagados de pequeños importes (las grandes empresas los reclaman por su cuenta, pero las pymes suelen renunciar a los engorrosos y caros trámites de que les paguen 50 ó 60 euros de un recibo porque cuestan más que el propio recibo).
Contrató un informático, creo que me dijo que peruano, y el chaval resultó ser un hacha en programación y empezó a diseñarle procedimientos de software (me excuso por adelantado si no soy ni preciso ni concreto) para agilizar trámites, rellenar formularios y evitar esperas... Y funcionó.
Su robot va ajustando formularios, los introduce en el sistema, lee los contenidos, completa todos los datos y ya puede empezar el proceso... Lo hace todo on line. Resulta especialmente eficiente en el mercado de segundas oportunidades para poder recobrar una deuda.
Antes no te la negociaban, asegura, por menos de tres o cuatro mil euros y él, me asegura con orgullo, «lo estoy haciendo por 1.000».
Y como a los robots no hay que pagarles ni horas extras ni seguridad social sino que solo basta con el recibo de la luz que gastan ellos son implacables en trajinar día y noche en internet para lograr que tú cobres esos 60 eurillos que te dejó un inquilino de loro en un recibo de la luz ó los 200 de deuda en la carnicería que también dejó el mismo vecino.
El robot localiza en las redes (¡Ay cuánta imprudencia y cuánta vanidad que acabará pagándose!) al moroso y pone en marcha todo el proceso de reclamación de un impagado sea de la cantidad que sea y en todas las instancias hasta llegar a los juzgados y a ese punto, me cuenta, en el que decides que vale más pagar la mitad al menos de esos 60 euros de luz, agua o comunidad que dejaste sin pagar que tener que ir a declarar.
El cobrador del frac, en definitiva, hoy es un robot; pero no necesita perseguir a nadie por las calles ni avergonzarle ante sus vecinos, familiares y amigos. Basta con pillarle en las redes y dejarle la tarjeta de visita en su mail con una oferta de paga o lo pagarás caro. O se la dejará la autoridad judicial competente a menos que el moroso pase por caja.
Lluís Amiguet es autor y cocreador de ‘La Contra’ de ‘La Vanguardia’ desde que se creó en enero de 1998. Comenzó a ejercer como periodista en el ‘Diari’ y en Ser Tarragona. Su último libro es ‘Homo rebellis: Claves de la ciencia para la aventura de la vida’.