Empezaré por confesarles que llevo toda la vida intentando adivinar si Franco era muy listo y además tuvo algo de suerte; o si fue espantosamente mediocre y tuvo muchísima suerte; o si, como buen gallego que era, supo hacerse el tonto, supremo atributo de la inteligencia, cuando le convenía... Y eso es mejor que tener suerte.
En cualquier caso, o suerte o talento hubo de tener para morir en la cama tras 40 años de dictadura y sin haber sufrido ningún desafío serio a su poder, incluso cuando, ya en los 70, el resto de la Europa libre nos señalaba como oprobiosa dictadura... Pero no hay que olvidar que mientras la otra media Europa vivía bajo otras dictaduras, las comunistas.
El franquismo no hubiera durado 40 años sin la amenaza comunista mundial y sin los Estados Unidos que la combatía y apoyó a nuestro dictador como su muro de contención en la estratégica península ibérica. Me lo recuerda el historiador Julián Casanovas, que acaba de publicar Franco y describe cómo se sometió genuflexo a Washington en el 53 y le cedió la soberanía española a cambio de la ayuda que le mantuvo como Caudillo.
Si Franco fue capaz de no ceder ni un ápice de su poder en España fue porque lo cedió todo a las potencias extranjeras cuando le hizo falta: primero a las fascistas del Eje cuando parecía que iban a ganar la II Guerra Mundial; y después, a los Estados Unidos cuando quedó claro que solo ellos la habían ganado.
Pero aún queda sin contestar la gran pregunta: ¿por qué ya en los 60 y 70 nadie, y mucho menos los comunistas, nacionalistas vascos o catalanes, o las variopintas izquierdas lograron ponerle en verdaderos aprietos?
Porque fue un maestro a priori, apunta el historiador, de las fake news adaptadas a cada momento. Tras ganar la guerra se supo promocionar como el gran caudillo militar amigo de Adolf Hitler y Benito Mussolini; después, cuando los nazis ya habían sido derrotados, se vendió como el astuto adversario de Hitler, que le había comparado con un dolor de muelas que impidió que España entrara en la II Guerra Mundial (en realidad, nunca interesó a Alemania que entrara); y, ya con Dwight D. Eisenhower y luego con Nixon-Kissinger, se convirtió en el artífice del milagro económico español y gran enemigo de los rojos del mundo.
Pero el colofón del franquismo es que vuelve a demostrar que España no es nada ‘diferent’ y que no se entiende ni entonces ni mucho menos hoy sin ponerla en contexto internacional: Franco fue uno más de la eclosión de dictadores militares que surgieron en los años 30 en toda Europa. Sobrevivió a la derrota de los fascismos, como el dictador António de Oliveira Salazar en Portugal, porque a los vencedores les interesó que sobreviviera. Salvar a la península ibérica del comunismo bien valía una dictadura. «Será un hijo de puta –decía Kissinger– pero es nuestro hijo de puta».
Y ahora los Estados Unidos con Donald Trump vuelven a blanquear el franquismo y a reescribir los libros de Historia, empezando por el de la Hungría de Viktor Orban, en temible conexión con las nuevas ultraderechas europeas –desde Meloni a Vox pasando por la AfD alemana o la potente Lepenista– mientras Elon Musk juguetea con el saludo nazi en sus mítines.
Con Trump oiremos que Franco no tuvo más remedio que sublevarse contra la legalidad y eliminar miles de adversarios en purgas tremendas; que no tuvo más remedio que pactar con Hitler; y después con EEUU; y seguir mandando por el bien de todos...
Y no tendremos más remedio que volver a leer Historia.