Supervivencia antisistema

En ‘Radicalizado’, el canadiense Cory Doctorow presenta cuatro distopías humanas, sociales e inquietantemente reales que hablan de tecnología hostil, racismo sistémico y unos avances científicos solo al alcance de unos pocos

27 noviembre 2022 16:48 | Actualizado a 27 noviembre 2022 16:52

Edificios suficientemente inteligentes como para complicarles la vida a sus residentes más pobres; un hombrecillo verde que llega de otro planeta, pero no para atacar a los humanos, esa imagen tan manida por los norteamericanos, sino para salvarlos de su propia inhumanidad con un Batman, véase Bruce Wayne, posicionado en esta ocasión con el poder; la población en pie de guerra por un brutal sistema sanitario que deja morir a sus asegurados o una particular visión del mundo, con el preparacionismo como protagonista. Son los cuatro relatos de Radicalizado, cuatro distopías muy actuales, que el canadiense Cory Doctorow (Capitán Swing) sitúa en Estados Unidos. Unas distopías que no son tales, solo un afilado juego de palabras.

«No es una distopía imaginar que las cosas saldrán mal. No es distopía poner botes salvavidas en un ferry o un extintor de incendios en la cocina. Las distopías son cosas que van mal y nadie puede arreglarlas. Sin embargo, las historias de personas que se defienden no son distópicas», manifiesta Doctorow.

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Y esto es precisamente lo que se plantea una parte de los habitantes de un rascacielos de infinitos pisos en Pan no autorizado, la primera de las historias, situación que podría estar ocurriendo justo en este preciso instante. En ella, residentes más o menos pudientes comparten espacio con los despojos del capitalismo más salvaje. Inmigrantes llegados desde todos los rincones del planeta huyendo de calamidades inimaginables. Habitantes a los que el sistema les niega la categoría de personas, puesto que a pesar de haber conseguido pisos de protección oficial, estos tienen trampa. Es decir, jamás coincidirán con sus convecinos adinerados, ni tan solo se verán. Las entradas dan a lugares distintos, los ascensores, también. De hecho, únicamente se pararán para los desfavorecidos si los ricos no los necesitan en ese momento. Mientras, los electrodomésticos instalados en sus pequeños habitáculos solo cocinarán los alimentos permitidos por el propietario, mucho más caros e insanos. Si los hackean, el software se chiva del pirateo y son lanzados directamente a la calle. Tecnología claramente hostil, opresora y agresiva. ¿Es nuestra enemiga? «La pregunta crucial no es qué hace la tecnología, sino quién la hace y para quién?», responde el escritor.

Ciertamente, la tecnología es la base de la evolución y así lo constatan arqueólogos como la también canadiense Deborah Barsky. Tecnología, no entendida como los sofisticados smartphones, sino como la primitiva industria lítica, capaz de facilitar el progreso y una mejora de vida. Sin embargo, al mismo tiempo, esa tecnología es fuente de desigualdades, ya datadas en el Neolítico, 7.000 años atrás. Entonces, ¿nos hará más pobres, será mayor la brecha? «Solo si dejamos que la tecnología actúe sobre nosotros, en lugar de hacerlo sobre ella», sostiene Doctorow.

Racismo estructural y brutalidad policial, avances científicos solo para unos pocos y el eterno apocalipsis son historias antisistema, humanas, sociales e inquietantemente posibles, que invitan a pensar en la sociedad que hemos construido, en una trampa de difícil escape. Solo radicalizándose se podrá ir a contracorriente, solo radicalizándose se podrá sobrevivir.

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