Vayan a Céret, Francia, pueblecito de escasos 7.000 habitantes. Observen la inteligencia humana de algún doctorado en sentido común (quizás jardinero), que fue capaz de entender que se debían preservar los plataneros cuando en España, años 60, se cortaban para que los coches corrieran más. Hoy, esos plataneros centenarios (platanus hispánica) a pesar de alergias, de sus hojas y del barrer son un referente de la integración urbana con la naturaleza. En fin, ruralismo urbano, que conviene más que los putos pavimentos y pérgolas por toda la ciudad.
En ciudades y pueblos, cuando se observa que un árbol vale tanto o más que un edificio o una calle, que un pavimento, o una escultura, o una pérgola, tanto mejor será el arquitecto que hay detrás. ¿Pero es urbanismo o ruralismo? Yo creo que es lo segundo y les explico la terminología.
Urbanismo, del latín urbis se refiere al conjunto de conocimientos relacionados con la planificación y desarrollo de la ciudad. Sin embargo, en las últimas décadas, el ego de los urbanistas traspasa la propia semántica y aplica conocimientos urbanos para el suelo rural, en el campo, en la montaña. Clasificar, preservar, museizar, estratificar y regular la naturaleza no urbana como si de una ciudad se tratase; una salvajada. Lo mismo pasa con miles de pueblos, obligados todos a un urbanismo estándar como si de ciudades se tratara. Obligados a desarrollarse y crecer con las mismas reglas que una gran ciudad. Situaciones que, a la par, acaban por condenar a muerte el posible crecimiento, anárquico a veces, pero orgánico y agradable de esos pueblos que no necesitan ni un POUM ni nada de este calibre para subsistir.
El ruralismo, por antagonismo, es la ciencia que debería estudiar las relaciones no urbanas de paisajes, campos, montes y terrenos no urbanos. Con otras miras, con otras reglas y con otras herramientas que no pertenezcan a la mentalidad urbana del urbanista. No se puede mirar una montaña como un edificio, como una fotografía inamovible, o un paisaje de viña como una obra de arte a preservar. Todo ello pertenece al leguaje urbano y se convierte en una malévola trampa psicológica. El urbanista se cree experto de lo rural. Pero no deja de definirse él mismo como urbanista. Si se autodenominarán ruralistas perderían ese aire cosmopolita de diseñador de urbes. Y eso mola. ¡Mola ser urbanista, no ruralista!
Es por ello que toca mirar las ciudades de manera más ruralista que urbanista. Tarragona, frente a su nuevo POUM debería ser mas pragmática y modesta, si cabe.
La mejor manera de dejar huella es ir con cuidado. Sus urbanistas también deberían andar con pies de plomo para que, en un futuro, el POUM no acabe otra vez cosido de nuevo de demandas en el contencioso-administrativo y que sea un fracaso a la necesaria sostenibilidad futura.
Cabe esperar de este POUM que prevea verdaderas estrategias de sostenibilidad urbana creíbles regenerando superficies duras para ablandarlas. No es comprensible que una ciudad esté pavimentada casi al 100% y no admita espacios blandos filtrantes y de ablandamiento térmico. Actualmente, con cámara térmica se miden hasta 70 grados en pavimentos a pleno sol: un horno urbano. No cabe duda de que hay replanificar una parte de la ciudad para que disponga de pavimentos de tierra o arena y permita un drenaje uniforme en la ciudad que se traduzca en la eliminación de grandes sistemas de recogida de agua y depuradoras y en un ablandamiento térmico. Pero no caigamos en la tontería de las pérgolas para tener sombra. Seria de pena.
La implementación de zonas verdes en los diferentes polígonos de actuación no debe planearse como manchas verdes aisladas en cada polígono sino como grandes áreas verdes que, al ser margen de ser un pulmón para la ciudad, permitan recoger aguas de lluvia y evitar lo poco sostenible de las conducciones a torrentes, rieras o al mar. La regeneración del subsuelo, la posibilidad de que los acuíferos se recuperen y que las aguas de lluvia no se conviertan en un problema de recogida y traslado. Todo ello deberían formar parte de este diálogo social que actualmente no hay. Eso es sostenibilidad y no seguir proyectando calles totalmente pavimentadas y zonas verdes ridículas y con las jodidas pérgolas No olvidemos la integración urbana y los árboles. Las ciudades mediterráneas necesitan sombras verdes por doquier. En calles, plazas y jardines. Hay que anteponer las cuestiones de confort térmico de la ciudadanía a otras comodidades y empezar a pensar en el cambio climático como una llamada al pragmatismo urbano. Los plataneros de Céret son, a mi modo de ver el reflejo de la excepción que confirma una regla. Hay actualmente una carencia generalizada de sensibilidad intelectual actual en el urbanismo donde predomina un adoctrinamiento universitario férreo y la carencia de acciones sostenibles eficaces. O sea, acciones de manual de jardinería buena. Por ello proclamo menos urbanismo y un poco más de ruralismo. Nos irá mejor si sabemos lo buena que es una sombra de platanero aunque no sepamos que es una pérgola. Sino que le pregunten a Rubió i Tudurí, arquitecto y jardinero universal. Él si sabía que hacer con pocos recursos y muchas buenas ideas. Otros, no.