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Por qué ese dichoso cartel de menú del día no es tan inocente

La ONCE celebró ayer una jornada de puertas abiertas que permitió ponerse, por unos minutos, en la piel de una persona ciega. Enseguida se entiende que la ciudad puede ser una auténtica carrera de obstáculos

08 junio 2022 20:46 | Actualizado a 09 junio 2022 07:00
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Es ponerse el antifaz de tela negra y cambiar de perspectiva de inmediato. Quedarse a ciegas, ni que sea para un simulacro, impacta; te hace sentir vulnerable.

Esta era una de las actividades de sensibilización que podían hacerse ayer durante la jornada de puertas abiertas que organizó la ONCE de Tarragona para conocer cómo es el día a día de una persona ciega y la labor de la organización.

El ejercicio consistía, una vez colocado el antifaz, en recorrer la recreación de un circuito que simulaba una calle cualquiera de la ciudad. La concejal de capacidades diversas, Elvira Vidal, quiso ser una de las primeras en hacer el ejercicio, «quiero entender lo que necesitáis», explicaba.

Nos acompañaba Laura Blanco, técnica de rehabilitación, que tiene justamente entre sus funciones enseñar a personas ciegas el camino para llegar de casa al trabajo, la universidad, el gimnasio...

Antes había que coger un bastón y he aquí una de las primeras lecciones: el que hemos elegido tiene partes rojas y blancas porque es el que usan las personas sordo-ciegas. Nos explican que hay que moverlo dibujando un arco que reproduzca el ancho el cuerpo y nos lanzan al circuito, aunque, afortunadamente, sin soltar la mano de la técnica.

A priori debería ser sencillo, la cosa es ir controlando que tenemos la pared al lado derecho para orientarnos. Si estuviéramos en la calle iríamos pegados a las fachadas.

Pero enseguida vemos que la cosa no es tan fácil, pues comienzan a aparecer los obstáculos, como uno en forma de esas mesas que usan las fruterías.

Acabamos de volver al camino y ahora no sabemos muy bien qué es lo que está detectando el bastón. Solo se nota que ha cambiado la superficie. Sin saberlo nos estamos metiendo en unas obras que están mal señalizadas. Apenas hay unos conos y nada que nos impida adentrarnos. Eso sí, también hay, a modo de ejemplo, unas obras que sí están bien delimitadas con una valla que llega hasta el suelo.

No debemos de llevar más que un par de minutos y comienza a hacerse largo. Estamos subiendo una rampa y es inevitable pensar que no sabemos si está hueco a los lados. Le damos con el hombro a otro obstáculo: es un expositor de souvenirs «como esos que tenemos ahora un montón a lado y lado del Carrer Major», nos explican.

Pero el camino nos depara otras sorpresas, como una señal de tráfico demasiado baja que no cumple con la normativa, una terraza que ocupa toda la acera y hasta nos pegamos en la cabeza con una sombrilla que no había manera de advertir.

Y nos encontramos, cómo no, con un clásico: el típico cartel de menú del día. Justo al salir de la ONCE, recorriendo la Rambla Nova, no paramos de encontrárnoslos. Los hay apoyados a la pared, con patas, sin ellas... Ya nunca los volveremos a ver igual.

Pero, como insistía Raquel Saavedra, directora de la ONCE en Tarragona, «lo que queremos es mostrar las capacidades de nuestros socios», así que los asistentes también pudieron probar de escribir su nombre en Braille o sorprenderse viendo libros, mapas en relieve y juegos infantiles. Además, conocieron la labor de tiflotecnología, con los aparatos tecnológicos adaptados a las personas ciegas. Y es que la tecnología, advertía, se ha convertido en otro reto. Moverse en el mundo digital tampoco es fácil.

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