Canta la vocalista de Mecano, Ana Torroja, que «los genios no deben morir», en la preciosa canción ‘Eungenio Salvador Dalí’. Pues así me siento yo. Y disculparán que cometa el que creo que es uno de los grandes pecados de un o una periodista: escribir en primera persona. Pero cuando uno tiene el corazón roto se salta sus propias normas.
Los genios no deben morir. Cierto. Porque Eduard Boada Pascual, fallecido ayer en Tarragona a los 82 años, era un genio. De los bocatas. Del slow food cuando nadie hablaba de ese término. De la conversación. Del ‘ttvismo’ (tarragonisme de tota la vida) más genuino.
Sobra que describa sus bocatas: infinidad de tarraconenses los pudieron degustar. Para luego volver a casa con ‘aroma a Casa Boada’. Recuerdo una hilarante anécdota que me contó un compañero de la Redacción. Tras zamparse una de las obras de arte de Boada, fue a su casa y su mujer le preguntó: «¿has estado en Boada, verdad?».
Fui infinidad de veces a charlar con Eduard y disfrutar de una botifarra amb rovellons, pinyons, tomaquets... Hasta que dejé de ir porque me sentía avergonzado. Cada vez que iba me atendía directamente, aunque hubiese una larga cola ‘bocatil’, y me regalaba una botella de cava. Y no me dejaba pagar.
Sé que me tenía cariño. Y yo a él. Me recordaba a mi padre. Emprendedor, apasionado de lo suyo, amable, un pozo de sabiduría, con una labia infinita...
Le visité en la Monegal hace poco más de una semana. Me había enviado unos días antes un audio de WhatsApp apenas inteligible en el que me explicaba que estaba ingresado en el hospital.
Pasión por el Periodismo
Cuando le vi, no paró de hablar sobre todo de su pasión por la profesión que le habría gustado ejercer: el Periodismo. Recordó, de nuevo, unas cuantas anécdotas de la redacción del antiguo ‘Diario Español’, cuando se podía fumar hasta el punto de que parecía el Londres de las películas de miedo y había un ruido infernal de las máquinas de escribir. Boada solía acudir a la Redacción para visitar al director de turno y a los periodistas.
Me dijo también, y no le creí, que «de esta no salgo, señor Fernández» porque me hablaba de usted. Igual que a él le hablaban de usted los chavalillos que iban a desayunar-comer a su bar de la calle Rovira i Virgili. Se dirigían a él con un respeto reverencial, como al artista que era.
No le creí porque le vi cansado, pero animado al tiempo. Y me quedé tranquilo. Hasta la sorpresa mayúscula de ayer. Eduard deja dos hijos, Eduard y Victòria.
Boada padre era uno de los colaboradores más prolijos del ‘Diari’. Lunes tras lunes publicaba sus crónicas tituladas ‘Històries de Casa Boada’. A Eduard, escribir sobre sus recuerdos le animaba. Siempre decía que estaría agradecido toda su vida «al senyor Saumell». Se refería a Octavi Saumell, el compañero del ‘Diari’ que le propuso escribir en la sección de Tarragona.
Dos libros y un documental
El libro Històries de Casa Boada compendió 80 de ellas. Otro libro, Senyor Boada, de Enric García Jardí, David Oliete Casanova y Quimo Panisello Gamundi, explica su vida. Como también el imperdible documental La mida del temps. Dos libros y un documental. Pocos restauradores pueden presumir de tal bagaje.
Eduard enfermó de Covid pero la superó. Estuvo ingresado en la UCI del Hospital de Santa Tecla, tan grave que le llegaron a aplicar la extramaunción. Durante su convalecencia, la puerta del bar se llenó de mensajes de ánimo.
En la entrevista que le hice para el libro Històries de Casa Boada explicó que «llegué a estar muerto. Pero se cumplió lo de mala hierba nunca muere, y me salvé». También contaba que, estando en la UCI, «vi una luz en un túnel y una puerta. Me encontré dos personas con las cuales hablaba mucho. Le dije al médico ‘me he vuelto loco’, pero me dijo que no, que me habían dado drogas. Soñé muchas cosas, también agradables».
Si Eduard venció a la maldita pandemia, el fallecimiento de su esposa el pasado abril le hundió en la tristeza. Conxita Aragonès tenía también 82 años. Habían estado toda la vida juntos. Precisamente Eduard le dedicó la Història de Casa Boada titulada Una dona però no qualsevol, publicada el pasado lunes 2. Allí recordaba que «ja des que érem xiquets ens coneixíem, jugàvem al carrer amb fireta. Fèiem dinars amb terra i quatre herbes». Conxita era natural de Mont-roig del Camp y Eduard, aunque nacido en Nulles, pasó su infancia también en Mont-roig.
Tarragona está de luto. A Eduard le querían (le queríamos) muchos. Solo un ejemplo: la propuesta de hacerle pregonero de las fiestas de Santa Tecla de 2019 tuvo la unanimidad de todos los partidos del Ayuntamiento. Desdel PP a la CUP. No es de extrañar. Eduard era, es y será siempre patrimonio de Tarragona. Hasta siempre, amigo.