Ladrillo, piedra, madera, caña, cartón... Cualquier material era reaprovechado, al igual que el lugar: en el abrigo de un puente o incluso refugiarse en alguna de las cuatro cuevas que existen cerca de la Platja de la Savinosa. Así nació en los primeros años de la década de los años 60 del siglo XX el chabolismo enTarragona.
Decenas de barracas que se dispersaron en diferentes puntos de la ciudad –ver mapa de la derecha– dejaron en evidencia que el boom de la inmigración de aquellos años –atraído por la oferta laboral de Catalunya– colapsó la capacidad logística de una Tarragona que crecía pausadamente y sin un parque de viviendas pensado para una gran oleada migratoria.
El crecimiento fue exponencial en pocos años. De los 43.519 censados en 1960, se pasó a los 52.056 de 1964. La posibilidad de trabajar en una ciudad económicamente beneficiada por el turismo y la industria fue un anzuelo ideal para la corriente migratoria que llegaba y que significó que en cuatro años el 20% de la población de la ciudad era nueva.
Fue en 1964 cuando Franco quiso terminar con el chabolismo «a corto plazo» en España y transmitió sus deseos a los gobernadores civiles. En Tarragona, Rafael Fernández reconocía las dificultades de combatir el chabolismo y pidió al Ayuntamiento una acción contundente para cumplir los deseos del Caudillo.
El alcalde, Benigne Dalmau, ordenó iniciar un censo de las chabolas que ya se extendían a ambos lados del río Francolí, en descampados del incipiente polígono Entrevies, en las parcelas Tuset –actualmente es la Vall de l’Arrabassada– o en el entorno del Llorito, ermita de la Salud o incluso en la Falsa Braga, a los pies de la Muralla romana.
El alguacil al que se encomendó el trabajo elaboró fichas con toda la información detallada e iba acompañado de un fotógrafo para completar las fichas que había ordenado el alcalde. Durante tres meses de 1964, se realizó un censo exhaustivo de los inquilinos de las chabolas. Nombre, edad, parentesco entre los residentes, procedencia, lugar de trabajo, material del que estaba hecha la vivienda y si era comprada (con precio de la transacción) o construida por los actuales residentes.
El informe municipal ofreció datos exactos del chabolismo de la ciudad: 404 barracas fueron registradas en diferentes partes, 236 de las cuales se levantaron con materiales de obra. Ninguna de ellas tenía ni agua ni alcantarillado, por lo que el primer servicio se iba a buscar a las fuentes y el segundo se hacía donde se podía.
En estas más de 400 chabolas vivían 1.894 habitantes, la mayoría procedentes de las zonas rurales de Córdoba y Jaén, aunque había gente de otras provincias andaluzas, reconoce Jordi Piqué, responsable del Arxiu Històric de la Ciutat de Tarragona. Entre ellos, 326 niños, de los cuales 55 ya habían nacido en Tarragona.
Las oleadas permanentes de inmigrantes andaluces con escasa formación académica –muchos sin saber escribir ni leer–motivó que los hombres realizaran trabajos no cualificados: peones en el puerto, en el sector ferroviario y en las empresas químicas que empezaban a despuntar, y las mujeres quedaran como amas de casa o algunas, con más suerte, operarias en algunas fábricas como la Tabacalera.
El nacimiento de los barrios
«Aunque la oferta de trabajo era suficiente para integrar a los inmigrantes en el mundo laboral, la ciudad era incapaz de crecer al mismo ritmo para ofrecer un hogar a las nuevas familias», recuerda el historiador. La falta de servicios básicos y la imposibilidad de encontrar una vivienda con unas condiciones económicas asequibles desencadenó al chabolismo en la ciudad.
En 1969, las primeras chabolas que se derribaron fueron las del polígono Entrevies y en la playa de La Savinosa. La aparición de los barrios periféricos, sobre todo en Ponent, permitió que las personas que empezaban a tener sus ahorros dejaban su cabaña para instalarse en una vivienda decente construida en estos barrios emergentes.
Al año siguiente, 1970, una riada del Francolí arrasó chabolas en su desembocadura «y los habitantes que no se habían mudado a los barrios periféricos fueron reubicados primero en el Preventorio de La Savinosa y luego, en 1973, en el barrio de L’Esperança (entre Bonavista y Campclar)», explica Jordi Piqué.
Con la llegada de la democracia, el chabolismo fue cada vez más incipiente gracias a los nuevos barrios surgidos. El alcalde Josep M. Recasens devía resolver un nuevo problema. Los nuevos barrios requerían unos servicios al igual que el resto de la ciudad. «Fue una de sus prioridades adecuar este crecimiento urbanístico de Tarragona», concluye el historiador.