Pilar Fernández está recuperando estos días el ritmo de las clases que imparte en Tarragona. «Intentándolo, al menos», admite, porque «el tango es un baile en el que la proximidad es total. Las caras se juntan para bailar, en el abrazo, y volver ahora mismo a las clases grupales es impensable». Por ello, la opción que le ha parecido mejor es ofrecer clases privadas. «Vienen en pareja, si conviven, porque no hay problema ya que bailan entre ellos, y yo, que voy con mascarilla, les hago las correcciones, repasamos cosas que habíamos hecho en clase antes, trabajamos pasos, dudas que tengan... y con la gente que viene individualmente, sin pareja, pues con mascarilla y con el abrazo abierto en lugar del abrazo cerrado característico del tango. Así se puede trabajar mucha técnica», explica.
Durante el confinamiento, muchos bailarines han hecho llegar a sus alumnos vídeos para seguir practicando. Ha servido casi de terapia verles, con sus mensajes de ánimo al estilo de «volveremos a bailar». En el caso específico de los tangueros, sin embargo, el eslogan de aliento ha sido otro, y el matiz es importante. La consigna que ha corrido y corre por redes sociales es: «Volveremos a abrazarnos».
Como dice Pilar, para quien «la danza es compartir», «el abrazo es lo que marca la diferencia del tango con otros bailes, totalmente. Lo más maravilloso del tango es el abrazo. Bailas abrazado. La gente piensa equivocadamente que el tango es un baile sensual, o sexual, y lo cierto es que es un baile emocional, porque lo que entregamos al otro es el pecho, es el corazón. El punto en el que hay más proximidad es el corazón, y es esa entrega y ese abrazo lo que hace que el tango sea tan especial».
Pilar Fernández, que empezó de niña en el ballet clásico español y el flamenco, hace ya 30 años que entró en el mundo del tango en Barcelona, de la mano de Coco Díaz. Desarrolló su carrera artística con Diego Cornella, que fue su pareja muchos años y que desgraciadamente ha fallecido hace muy poco. Ambos fueron una de las parejas de tango pioneras en la capital catalana, y fue un continuo de viajes, espectáculos, festivales. Después se instalaron en Coma-ruga y daban clases esporádicas en Tarragona. Cuando se separaron, Pilar se instaló en la ciudad. Desde hace siete años es en la Cooperativa Obrera donde hace las clases grupales de todos los niveles que el coronavirus ha truncado, mientras que para las privadas tiene una sala en su casa.
«Yo siempre pienso en la gran suerte que he tenido de encontrar el baile en mi vida. Para mí ha sido una de las cosas más importantes, siempre ha estado presente y me siento muy afortunada de haber podido vehiculizar a través del baile tantas cosas. El mover mi cuerpo por supuesto, pero también mover mis emociones, y expresarlas», confiesa justo tras un período en el que todos hemos revalorado el movimiento y navegado por tantos estados de ánimo.
Su formación académica como psicóloga le permite afirmar que «el baile es una vía de autoconocimiento fantástica, y a través de la danza se pueden trabajar muchos aspectos de la persona».
El tango, además, «no es solo un baile en pareja. Es muy social, comunitario, con unos rituales y ¡todo lo que se genera en una milonga!». Y esto es lo que más ha echado en falta Pilar en el confinamiento, el no poder compartir. Para volver a las milongas –en Tarragona, la Milonga del Ateneu y la Milonga con Duende– aún es pronto. O mejor decir que ya falta menos. Ya falta menos para volver a abrazarnos todos al son de esos tangos tan viejos y tan nuestros.