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Yo también secuestré un bus

Ni GPS ni Google Maps. El martes se me pasó por la cabeza ‘secuestrar’ uno de los autocares, recordando a la película ‘47’ y emulando a mi vecino Manolo Vital. Me senté en primera fila y guié al chófer hasta su destino

02 octubre 2024 20:48 | Actualizado a 03 octubre 2024 07:00
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Hace unas semanas, se estrenó en los cines el ‘47’, la película de Marcel Barrena sobre el secuestro del autobús de línea, en 1978, por parte de los vecinos de Nou Barris para reivindicar la llegada del transporte público al distrito. Gracias a esa lucha vecinal, una década después, servidor pudo disfrutar de ese ‘47’ para bajar en autobús público desde el Polígono Canyelles (también en Nou Barris) hasta el ‘centro’, lo que los vecinos llamábamos a los alrededores de Plaza Catalunya.

No fue la única reivindicación por el derecho a tener un transporte digno en el barrio. Años más tarde, el objetivo sería el metro. Aún recuerdo la entrada ficticia que los vecinos construyeron en la plaza Karl Marx –no podía llamarse de ninguna otra manera en esa zona del barrio- con cuatro ladrillos mal puestos. Las protestas dieron sus frutos y la parada de Canyelles, de la línea 3 –la verde-, se inauguraría en septiembre de 2001. Dos décadas más tarde que el ‘47’. Si hubiéramos secuestrado un tren, quién sabe. Para entonces, ya habíamos perdido fuerzas revolucionarias. La clase media se había establecido en nuestros lares y con ella la comodidad de las protestas con ollas en los balcones. Vendimos nuestra fiereza convertida en votos por un parque con una fuente, una pista de ‘skate’ y una iglesia moderna, que apenas habré pisado dos veces en mi vida.

El martes 1 de octubre, se me pasó por la cabeza emular a mi vecino Manolo Vital y ‘secuestrar’ uno de los autocares que forman parte del Plan Alternativo de Renfe por la interrupción del servicio ferroviario entre Sant Vicenç de Calders y Tarragona, para reivindicar la mejora, de una vez por todas, del servicio de Regionales para Catalunya Sur. Decir basta a las horas perdidas en el andén. Los viajes eternos de pie embutido en un tren que duplica su aforo permitido. Los mensajes repetitivos por el altavoz de ‘apologies for the inconvenience’. Las pantallas con más palabras rojas (retraso, demora, cancelado) que negras. Las paradas sin fin en las ‘costas del Garraf’ sin cobertura. Pedir, como mis vecinos de Nou Barris, ser tratados con la misma dignidad que los ricachones de Pedralbes o la Costa Brava.

La ocasión me la ofreció uno de los conductores de la conexión entre Battestini y Sant Vicenç de Calders. Fui el primer usuario en acceder al vehículo. Saludé al chófer, al que vi ciertamente preocupado. Tras unos segundos de duda, se atrevió a preguntarme si sabía el camino a Sant Vicenç. Su alternativa era el Google Maps. Pero, el GPS, por mucha inteligencia artificial que tenga, no acaba de ser fiable. No, cuando llevas un autocar, algo destartalado, dicho sea de paso, lleno de pasajeros.

Las ganas de reivindicación me instaban a acabar en Campo Claro, Torreforta o Sant Josep Obrer. Las prisas y las ganas de volver a casa me guiaron a lo contrario. «Yo le indico», le dije resignadamente, al tiempo que el conductor me invitaba a sentarme en la primera fila.

«Coja la AP-7», señalé. La propuesta de Google era terrorífica para mí y el resto de usuarios: A-7 hasta Altafulla y N-340 hasta El Vendrell. ¿Estamos locos, Sr. Google?

Llegando a la salida de El Vendrell, el miedo se apoderó del inquieto conductor: «¿La C-32 es de pago?», me dijo acongojado cuando vio la autopista en la pantalla. «No se preocupe, no llegaremos a cogerla», le respondí para su tranquilidad. Superada la reticencia del chófer, llegamos a Sant Vicenç. Ya está, pensé. Aún faltaba un episodio más en la historia.

Entre la cola de autocares, por el colapso en la entrada a la estación, nuestro querido conductor se temió le peor cuando el cambio de marchas no funcionaba. No podía moverse. Los agentes le indicaban que siguiera. Tenía la voluntad de hacerlo, pero el vehículo no respondía. Y nosotros ahí encerrados, porque el autobús no podía descargar hasta llegar a la estación. Al final, dio marcha entró y pudimos completar el trayecto.

Un recorrido mucho menos abrupto que el que los responsables del Ayuntamiento de Barcelona durante los años 70 aseguraban había en Nou Barris para impedir la llegada del transporte público al distrito y que Manolo Vital, sin Google, completó al volante del ‘47’.

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