Bruno Llordachs Marquès (52), pese a ser de profesión odontólogo, por circunstancias de la vida y el infortunio familiar se ha transformado en un verdadero experto en la Batalla del Ebro, al volcarse por completo en la búsqueda de los restos de su abuelo desaparecido en aquel feroz combate fratricida.
Su infancia transcurrió, como la de muchos niños, escuchando las sorprendentes historias de la guerra y teniendo como telón de fondo la lejana imagen del abuelo ausente. «Por miedo o por temor a las represalias, prácticamente, no se hablaba nunca él», señala.
Su abuelo fue reclutado y nunca más volvió. La guerra, simplemente, lo devoró como a muchos hijos de esta tierra y nunca más se supo nada de él, ni de las circunstancias que rodearon este hecho.
Baltasar Marquès Salvador, era un transportista de 33 años, casado con Maria Jordà –sus abuelos– con dos hijos y que, al no realizar el servicio militar, fue reclutado como camillero. Fue parte de lo que se llamó la Quinta del Saco: una desconocida formación que alude al reclutamiento desesperado de soldados sin formación y un tanto «mayores» en las postrimerías de la guerra. «Por eso hay tantas viudas en Catalunya, pues se trataba de hombres más bien ‘mayores’ con familia e hijos», señala Bruno.
«Perdida la comunicación por carta con mi abuela, un día 27 de noviembre de 1938 la Generalitat le comunica oficialmente que ha muerto. Ahí se pierde todo rastro de él», agrega.
«Recuerdo que cada año en una determinada fecha llegaban las vecinas de mi abuela, de la parte alta, a acompañarla. Nos echaban a todos a jugar y ahí se quedaban toda la tarde con ella», señala Bruno.
Se trataba de la ejecución del ritual(simbólico) de velatorio, «una cuestión que nunca concluyó», agrega, y que nos recuerda que la crueldad del drama de los desaparecidos radica, precisamente, en que impide cerrar el duelo, perpetuando así eternamente el dolor y el sufrimiento de los familiares.
Desde 1998
Ahí arrancan sus ansias por indagar las circunstancias de la muerte y desaparición de su abuelo. Una infatigable búsqueda por conocer los hechos que comienza seriamente en 1998, pero que no será hasta el 2003 cuando aparece una pista, francamente, reveladora. Se entera, por una información periodística, de la aparición de unos libros de registro del Cementerio de Perellò, que habían permanecido ocultos desde entonces, en donde constaba un listado de inhumaciones de caídos en combate.
Alguien desoyendo «el Decretazo», la Orden Ministerial del 13 de agosto de 1938, que ordenó la destrucción de todos los registros civiles (nacimientos, matrimonios y defunciones), anónimamente los había escondido. «Esta orden de destrucción masiva es la génesis, entre otras cosas, de millares de desaparecidos. Muchos de los cuales están enterrados en los propios cementerios», señala Bruno.
Y añade, «quienes hayan fallecido en instancias sanitarias republicanas eran rigurosamente registrados como heridos o muertos y, hoy podemos afirmar, que existen muchos libros más que permanecen ocultos y que indican dónde están sepultados muchos de los desaparecidos».
Gracias a ello, que representa una opción alternativa al banco de ADN, pudo determinar el lugar en donde está enterrado su abuelo junto a otros 348 desparecidos y otros antecedentes reveladores.
Pudo acreditar, además, que cayó entre el 28 y el 29 de agosto con una herida abdominal en un bombardeo italiano en Sierra de Pandols. Pese a la gravedad de la herida fue evacuado a posiciones de retaguardia. «Tengo hasta el furgón en que fue trasladado. Hay que recordar que, por entonces, las heridas abdominales tenían un altísimo índice de mortandad. Superior al 95% y que los heridos de estas características morían in situ», comenta.
Acreditó, además, que fue intervenido quirúrgicamente en el Hospital de Campaña Número 3 de la Unidad de División en Burgà del Perellò, de la cual no sobrevivió.
Bruno, finalmente, siente que cumplida su misión y cerrado (aunque póstumamente) el duelo eterno de su abuela. «Al menos hay una lápida y un lugar donde llevar flores. Creo que mi labor está concluida, pues tampoco es que haya mayor voluntad y recursos como para excavar e identificar los restos, que es lo que tocaría. Mi abuela, que era cristiana, se hubiera conformado con saber donde está. Jamás hubiera aceptado que para identificarlo hubiera que remover otros 348 cuerpos», nos comenta.
En los últimos 3 años ya van más de 30 familias que han podido localizar el destino de sus familiares desaparecidos y todo gracias a la infatigable búsqueda de Bruno, que no cesa. Una web que lleva (http:/desaparecidosbatallaebro.org) registra más de once mil visitas en estos últimos años.