Hay que tomar como referencia mi anterior tribuna en la que exponía las impresiones que le produjeron nuestra ciudad al famoso escritor George Orwell y las bellas referencias que realizó en su libro Homenaje a Cataluña. Es una magnífica promoción de Tarragona con una delicadeza propia del autor.
Motivo que hace a los lectores del libro a acercarse a la bella ciudad descrita en uno de los libros más referenciados desde su publicación. Vamos, que es una propaganda muy positiva y una promoción gratuita. Por este excelente homenaje tenido con la ciudad de Tarragona, en mi escrito le sugería al actual consistorio, con motivo de la celebración del 120 aniversario del escritor, devolverle el homenaje y poner su nombre a una calle, una plaza o bien levantar un pequeño monumento. Sin embargo, debido a que esta sugerencia ha tenido una muy buena aceptación por parte de los lectores, expongo otra posibilidad más ambiciosa.
Todo ello está en relación a darle vueltas y más vueltas al asunto, así como buscar en el baúl de los recuerdos. Hablando de recuerdo, me viene a la mente cuando visité Sidney.
Caminando por la zona más turística de esa ciudad, el paseo que va desde del puente de la bahía a la grandiosa Casa de la Ópera, observé diversas placas en el suelo, a forma de un paseo de la fama, donde se mencionaban nombres de aquellos que habían ensalzado la ciudad. Supongo que hechos similares se deben encontrar en otras muchas ciudades. Lo que me hace pensar que no quedaría nada mal hacer una cosa parecida en nuestra ciudad. Pero atemos cabos.
Aprovechando que se va a reformar una parte del paseo marítimo de nuestra ciudad, en concreto la zona de la playa del Milagro, con la demolición del mamotreto de hormigón, se podría cambiar el nombre a esta zona y hacer un símil de paseo de la fama. Indudablemente quitarle una buena parte al paseo Rafael de Casanovas es muy arriesgado y muy delicado. Pero cosas más grandes se han hecho y se harán en Tarragona.
Es una propuesta muy especial para honrar al universalmente famoso escritor George Orwell. De manera que la ciudad le rinde el honor que se merece, ya que él tuvo gran delicadeza para con ella. Además, el sugerido lugar seguramente es el que describe cuando realizó su paseo por la playa que de manera magistral narra en su libro: «En Tarragona estuve tres o cuatro días. Iba recuperando las fuerzas y un día, andando muy despacio, conseguí llegar hasta la playa dando un paseo... Sin embargo, tuve ocasión de ver cómo se ahogaba un bañista, cosa que parecía imposible en aquel mar tan poco profundo y tan tibio». Con qué elegancia y con qué calidad describe todo lo observado.
No creo que pida peras al olmo. Ya tenemos en la ciudad hechos muy parecidos, en concreto con el paseo de Torroja. Este paseo lleva el nombre por Eduardo Torroja y creo que más en honor al hijo que al padre. Eduardo Torroja Caballé, nació en la ciudad el año 1847, era matemático que ejerció y murió en Madrid, sin grandes proezas en su hacer.
Sin embargo, su hijo Eduardo Torroja Miret, ingeniero industrial, nacido en Madrid en 1899, sí fue un personaje muy destacado por sus novedosos proyectos utilizando el hormigón, tanto fue así que el jefe de Estado de su tiempo lo llegó a nombrar marqués. Es por ello que nuestro consistorio le dedicó un gran paseo de la ciudad a este gran innovador, descendiente de un tarragoní.
El consolidar y realizar esta propuesta sería un hecho de resonancia mundial y daría a nuestra ciudad un puntazo de oro. Inclusive podría ser un atractivo para que nos visitaran muchas más personas de las que nos visitan ahora y gozan de las grandes maravillas que poseemos, llevándose a sus destinos excelentes recuerdos.
El cambio de nombre y además un paseo de la fama, con la presencia de unas placas de aquellos personajes que han ensalzado a nuestra ciudad, ya sería la repanocha.
Lo expuesto sería el tributo de nuestra ciudad a este magnífico escritor que la ensalzó en una de sus grandes obras y puede que también en nuestra ciudad gestara el embrión de sus más conocidas obras literarias, Rebelión en la granja y 1984. Sin descontar que con ello se podría resarcir el olvido tenido con aquella persona que durante su ingreso en el hospital de la ciudad se contagió con el bacilo de Kock, causante de su muerte unos años más tarde. Creo sería un reconocimiento merecido.