En los próximos días veremos muchas imágenes del Líbano. El Líbano ardiendo. Saltando por los aires. Sufriendo. Invadido y destruido por Israel. Guiado al infierno y el extremismo por Hizbulá.
Asociaremos a la «Suiza de Oriente» con la guerra, con el extremismo, con la violencia, con el odio, con el dolor, con la muerte... Pero el Líbano es mucho más que eso. Es la voz dulce de Fairouz, la gran diva de la música árabe, contorneándose en el aire en mil quiebros vocales. Es un magnífico cedro, dejando pasar la luz entre sus ramas y hojas, indiferente a su propia majestuosidad y a su perfume, ensalzado en el Cantar de los Cantares de la Bíblia y la Tanaj. Es la romana Tiro, la parisina Beirut, l’antiquísima Byblos, la bíblica y cruzada Sidón...
Es, sobre todo, su gente: chiíes, suníes, alauíes, drusos, maronitas, griegos, melquitas, armenios... Libaneses que se han odiado, se han amado, se han soportado, se han mezclado, han acogido y han expulsado. Y el Líbano es también Khalil Gibran, autor de El Profeta –un libro tan bello como breve–, que sin saberlo resumió ésta y todas las guerras en un aforismo, hace cerca de un siglo: «El egoísmo, amigo mío, origina ciegas disputas, y las disputas engendran guerras, y las guerras traen consigo la autoridad y la fuerza, que son la causa de los enfrentamientos y la opresión». Recordemos todo esto, en los días por venir.