Cubriré las paredes de palabras. Será la chambre des mots, dijo Anaïs Nin. Una pila de cuadernos vacíos reposa sobre mi escritorio, esperando. Imagino que llenarlos es como darles de comer bocados de palabras; ningún cuaderno quiere quedarse con hambre. No recuerdo por qué dejé de escribir en cuadernos el año pasado, así de repente; solo que ocurrió en mayo. Hasta entonces, durante años, escribía en un cuaderno pequeño —de papel azul inglés—, que llevo en el bolsillo. Pero desde mayo, nada. Las razones no importan, pero sí lo es la llamada a descansar la pluma. Y también la llamada a volver. Este año, las páginas en blanco están inquietas, hambrientas, con el estómago vacío. Hambrientas no de palabras, sino de su esencia: su médula, su peso, la tinta de mis bolígrafos. Sentada frente a mi cuaderno, con el Pilot a mi derecha, voy construyendo la página lentamente, como una comida. Tinta para dar forma a mis pensamientos, que se disuelven en palabras. Al principio, hay que arrancarlas de su refugio, pero enseguida, empiezan a caer sin avisar. Huyen de mí, y el papel se mancha con ellas. Y cuando el hambre no es de palabras, sino de imágenes, les doy de comer retazos. Sobras y restos de cosas rasgadas y reorganizadas. Las páginas se llenan. Este tipo de comida sirve de recordatorio: ningún cuaderno quiere quedarse con hambre, ni un escritor sin palabras.
‘Chambre des mots’
21 marzo 2025 20:13 |
Actualizado a 22 marzo 2025 07:00

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