Huír de los horrores de la guerra es mucho más que escapar del conflicto y alejarse del ruido de las bombas. Al estrés emocional que suponen casi dos años y medio de guerra en Ucrania, se le suman las pérdidas. De seres queridos, del hogar, de una vida normal. Cuando hablamos de niños, ese es un dolor todavía más difícil de gestionar. Para salir de esa vorágine, la Fundació del Convent de Santa Clara ha organizado una vacaciones para 250 niños y jóvenes de entre 12 y 16 años de Ucrania. Pasarán una semana en Catalunya y ayer visitaron PortAventura.
«Los niños tienen que ser niños y lo que les ofrecemos es la oportunidad de vivir la aventura de ser niños, que en estos momentos la tienen secuestrada», cuenta Sor Lucía Caram, que está detrás de este viaje. Desde el estallido de la guerra, su fundación ha abierto corredores humanitarios, primero trayendo a mujeres con niños, después a heridos y posteriormente llevando material y vehículos sanitarios para atender a las víctimas.
En uno de sus viajes a Ucrania, Caram recibió el encargo del Papa Francisco de acercarse a la realidad de la infancia en la guerra. «Nos impresionó mucho que estos niños no sonreían para nada. Tenían las miradas perdidas. Descubrimos que esto era otra trinchera y que en el país había más de 60.000 huérfanos», relata. «Lo que nos movilizó a hacer algo fue ver que estos niños no tenían una sonrisa y que muchos de ellos lo habían perdido todo», dice. Por eso bautizó el proyecto como ‘250 somriures’.
Viaje en avión militar
El viaje para llegar no ha sido nada sencillo. Con el espacio aéreo ucraniano cerrado, la expedición tuvo que desplazarse por carretera hasta Polonia, donde un avión militar fletado por el Ministerio de Defensa español les trajo hasta el Aeropuerto de Girona. Estos días se alojan en un hotel de Lloret de Mar y tienen otras actividades organizadas por toda Catalunya.
Para sobrellevar la vuelta a su país, a volver a convivir con el conflicto, los niños viajan con un equipo de monitores y psicólogos que les llevan preparando desde hace tiempo. «No podemos privarles de la oportunidad que se les ofrece de tener un descanso por el miedo a que tengan que volver. Necesitan un espacio de descompresión», afirma la monja, que les acompaña en este viaje por Catalunya. «Ellos dicen que lo que más agradecen es poder dormir toda la noche. Son niños, pero están agotados», afirma.
Nada más conocer el proyecto, la Fundació PortAventura se sumó a la iniciativa y abrió de par en par las puertas del parque temático. «Nuestro objetivo es lo que las Naciones Unidas marca y es que todos los niños tienen derecho al ocio y el recreo», defiende el presidente de la fundación, Ramon Marsal. «Los niños son los más vulnerables y los que más sufren las injusticias sociales», lamenta, por lo que los esfuerzos de la fundación se centran en garantizar la accesibilidad al parque a los que más lo necesitan.
Ayer, ataviados con las camisetas del Barça que les ha regalado el club azulgrana, los 250 niños ucranianos compartieron un día de atracciones y espectáculos un PortAventura. Una jornada para recuperar la sonrisa, olvidar por unas horas los horrores de la guerra y nutrir la memoria de recuerdos positivos.