Cada acorde parecía abrir una grieta de luz en la sombra, cada respiración colectiva era un acto de entrega. No había espectadores: todos éramos testigos de una comunión donde la música era cuerpo, espíritu y memoria.
La tarde del sábado, la Prioral de Sant Pere de Reus se convirtió en un santuario de voces y emociones. En el marco del proyecto ‘Cantem!’, Camerata XXI logró lo que pocas veces ocurre: detener el tiempo, suspender la realidad y regalar al alma una experiencia que rozó lo sagrado. Fue un concierto coral participativo, sí, pero también fue una liturgia de belleza y armonía, una ceremonia donde más de cien voces se fundieron en una sola alma sonora.

Apenas iniciadas las primeras notas, el templo comenzó a respirar con otra cadencia. El canto, multiplicado en cientos de gargantas, trepaba las columnas, se derramaba por las capillas y retumbaba entre los sillares con una fuerza ancestral. Entre las piedras, curtidas por siglos de historia, se despertó el pathos al sentir nuevamente la vibración del arte verdadero. El eco se volvía manto. El silencio, plegaria. La música, un puente invisible entre quienes cantaban y quienes escuchaban, todos reunidos bajo la misma bóveda celeste.
Desde el exterior, el mundo seguía girando. Una colla de carnaval celebraba un tardeo bullicioso, y los ecos del jolgorio se colaban, tímidos, por las puertas de la prioral. Pero lejos de quebrar la atmósfera, aquel murmullo lejano reforzaba el contraste. Afuera, la fiesta. Adentro, la trascendencia. Dos realidades coexistiendo, pero sin tocarse. Como si la música del templo hubiese erigido un muro invisible que protegía su misterio, su rito.
‘Cantem!’ no fue solo un concierto. Fue un acto de fe en el poder del canto, en la fuerza de la comunidad, en la belleza de lo compartido. Camerata XXI regaló a Reus una noche para la memoria, un instante suspendido donde la música rozó el cielo y, por un momento, todos lo sentimos más cerca.