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La Biblioteca Pública de TGN, 175 años de servicio y un edificio que no le hace justicia

Una mañana en este equipamiento sirve para constatar el bullir de actividad de una sede que hace tiempo que se ha quedado pequeña y sobre la que no hay planes a corto plazo

18 diciembre 2022 07:44 | Actualizado a 18 diciembre 2022 07:51
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Lunes por la mañana y en el vestíbulo de la Biblioteca Pública de Tarragona coinciden varias señoras con carrito de la compra (que probablemente habrán tenido que subir ‘a peso’ hasta allí porque la entrada del edificio está precedida por ocho escalones). La directora de la biblioteca Dolors Saumell (más de 30 años trabajando aquí) explica que este es uno de los muchos perfiles de usuarios fieles que tienen: el de las señoras que pasan por la biblioteca cuando van o vienen del Mercat Central para buscar libros y revistas. Cada día vienen aquí unas 600 personas.

En una esquina una tarta de libros recuerda que en este año que termina la biblioteca cumple 175 años. Saumell explica que la biblioteca de Tarragona, como la de todas las capitales de provincia, tuvo origen en los libros procedentes de los conventos suprimidos en 1837 a raíz de las desamortizaciones eclesiásticas. Después de funcionar en distintas sedes, en 1962, hace 60 años, se trasladó a la actual. El edificio había sido construido originalmente en los años cuarenta para ser sede de un colegio-residencia religioso.

De hecho la biblioteca cuenta con una importante colección de manuscritos de los siglos X-XVIII, procedentes principalmente del monasterio de Santes Creus así como valiosos incunables. No están expuestos porque requieren medidas especiales para su conservación, pero a propósito de los 175 años ha sido posible verlos en actividades concretas.

Espacios mutantes

Hacemos un ‘tour’ acompañados por Núria Gondolbeu, coordinadora de servicios de la biblioteca, una de los 22 trabajadores de la plantilla. La primera sala que visitamos es la dedicada a las publicaciones de Tarragona. Es una sorpresa porque aquí mismo hemos asistido a charlas y otras actividades y cuesta reconocerla. Aquí casi todos los espacios son así, apunta Gondolbeu: se mueven estanterías y muebles para albergar por igual a unos investigadores que necesitan tranquilidad, que a un grupo de personas que acuden a una charla. El espacio escasea y hay que aprovecharlo.

Unos pasos más allá está la sala general con algunos ordenadores y mesas donde hay gente trabajando con sus propios portátiles. Nos explican que la pandemia ha supuesto un cambio importante en los hábitos de uso de esta sala. Todavía los ordenadores de sobremesa tienen demanda de personas que no cuentan con equipos en casa o no tienen ciertos programas, pero lo cierto es que ahora abundan más bien los que se traen su propio portátil para estudiar o teletrabajar conectados al wifi de la biblioteca. No hay que olvidar que este es el único equipamiento público de estas características en el centro de la ciudad.

El número de usuarios ha comenzado a recuperarse después de las restricciones de la pandemia. En octubre, el último mes contabilizado al completo, hubo 15.336 usuarios; un 35% más que el mismo mes del año pasado, pero sin llegar a los 22.655 del año 2019, antes de la Covid-19.

Con todo, cuenta la directora, hay cambios que han llegado para quedarse, como los clubes de lectura y talleres virtuales. En noviembre había 493 personas inscritas en alguno. Nos explican, además, que tienen un servicio para personas mayores de 65 años; con problemas de movilidad o enfermas. Si lo piden les llevan los materiales a casa.

Seguimos hacia una zona de paso que se ha aprovechado para la estantería con las novedades para jóvenes. Al lado hay una butaca. Están intentando propiciar algunos rincones donde poder leer más relajadamente.

La trastienda claustrofóbica

Los títulos que se exponen, cuentan las bibliotecarias, tienen que estar muy bien seleccionados porque el espacio es limitado. El fondo actual de la biblioteca es de 231.656 (la mayoría son libros, pero también hay música, películas, mapas...) De ellos solo 80.000 ejemplares son de libre acceso en alguna de las salas.

En consecuencia la siguiente preguntas es: ¿dónde se guarda todo lo que no está a la vista?. Gondolbeu nos acompaña al depósito principal. Llegamos por una estrecha escalera por la que hay que bajar de uno en uno.

Hay ese inconfundible ‘olor a libro’ y nuestra guía grita preguntando si hay alguien antes de girar la especie de volante que mueve la estantería móvil que alcanza del suelo al techo. «Es que podríamos aplastar a alguien» se explica.

Apenas cabemos, no es un sitio donde apetezca estar mucho rato así que regresamos a la superficie; esta vez a la sala infantil. Es tranquila por la mañana pero muy concurrida por las tardes. Es habitual ver desde bebés escuchando cuentos hasta grupos de escolares haciendo los deberes.

Inma Pujol, la encargada y también reconocida cuentacuentos, explica que este curso escolar todo comienza a ser más parecido a antes de la pandemia. Tienen un programa de visitas especial para las escuelas y también les preparan lotes de libros a demanda. Es lo que llaman aquí ‘la prescripción’ como si del médico se tratara.

La biblioteca se toma muy en serio a sus primeros lectores. Pujol explica que algunas de las madres que acuden ahora a las actividades ya vinieron de pequeñas a la biblioteca.

Pero tal vez la ‘prescriptora’ por excelencia sea Carme Gasseni, la bibliotecaria responsable de préstamos. Hay desde quien le llega con una lista de los best seller del último mes, hasta quien solo recuerda el color de la carátula. Frente a su ventanilla pasan personas de todas las edades y gustos. Entre ellas hay cada vez más usuarios del carnet digital que permite, entre otros, bajarse libros electrónicos o audiolibros. «Los médicos recetan para el cuerpo, nosotros para el alma (ríe). Mucha gente no sabe el servicio público que tiene aquí desde que nace hasta que se muere», reflexiona.

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