Tres cruceros con capacidad para 7.918 personas atracaban ayer en el Port de Tarragona. A partir de las once de la mañana hasta cinco grupos de visitantes iniciaban el tour turístico desde el Portal del Roser, mientras las calles más céntricas del núcleo histórico eran tomadas por un rebaño de personas, mapa en mano, buscando los principales puntos de interés de la ciudad. Una estampa que se generaba tan solo una hora antes de que en Barcelona se iniciara la movilización en contra los cruceros, en la que se exigía el cese de esta actividad en los puertos catalanes.
Inicialmente estaba previsto una doble manifestación, tanto en Tarragona como en Barcelona, convocada por la plataforma Stop Creuers. Finalmente, esta apostó por aunar esfuerzos en la capital catalana, mientras se deja para más adelante una protesta en contra de los grandes proyectos en el Camp de Tarragona.
«Queremos enmarcarlo dentro del rechazo por el Hard Rock, ya que parece que hay un interés en que todas las actividades económicas en el sur de Catalunya sean en contra del territorio. Venderlo hoy para perderlo mañana», asegura Misael Alerm, portavoz de Stop Creuers.
El rechazo a los cruceros ha cogido el altavoz con la sostenibilidad por bandera y el impacto sobre la ‘invasión’ del espacio público que comporta esta actividad como telón de fondo. Sin embargo, ¿tiene Tarragona un problema con los cruceros o hay un efecto contagio en el discurso influenciado por la presión que viven ciudades como Barcelona y Palma?
El récord en la llegada de cruceristas en Tarragona fue en 2019, cuando se asumió la cifra de 128.089 visitantes. Aquel mismo año, Palma de Mallorca alcanzaba la cifra de 9,5 millones de cruceristas y Barcelona de 4,6 millones. En cuanto a las previsiones para este 2023, por el momento hay confirmadas 58 escalas, que podrían suponer un total de 118.000 personas.
«Con los números que tenemos hasta 2019, no es demasiado problemático, aunque en los estudios que hicimos sí que vimos que había momentos puntuales con un aforo masivo en determinados espacios de la ciudad. Si llega un crucero al día no vemos que sea un elemento de distorsión, que sí que podría producirse cuando llegan dos o más barcos el mismo día. Si se acepta un contexto de crecimiento tendremos un problema», apunta el doctor en Economía por la URV, Antonio Paolo Russo.
Para este especialista en turismo de masas, uno de los principales inconvenientes es la dificultad de la «gestión de flujos» que recae sobre las navieras. «La capacidad de decisión de las instituciones es muy limitada y, aunque desde el Port de Tarragona vemos que hay mayor disponibilidad para trabajar por la ciudad, el Ayuntamiento debería ponerse las pilas para que no se convierta en un problema», manifiesta.
Estrategia «suicida»
Russo pone el foco en si este es el tipo de turismo que le interesa potenciar a Tarragona. «Gasta poco y genera muchos problemas más allá de los ambientales», afirma. Según datos de la Autoritat Portuària, el impacto sobre el territorio de los cruceros el año pasado fue de cinco millones de euros. Pese a ello, Russo defiende que «convertirse en una destinación de cruceros es una estrategia suicida, ya que las visitas son muy rígidas, la parte importante del gasto se hace en el crucero y, además de la huella ecológica, los problemas que se generan en la trama urbana son muy graves».
Este ve con buenos ojos que puedan establecerse unos «límites que eviten problemas». Pese a ello, esta es una opción que ahora en la ciudad no está encima de la mesa. El Port de Tarragona siempre ha defendido que desde la Taula Institucional de Creuers se trabaja en un modelo propio, con un impacto sobre el conjunto del territorio. Y ahora las medidas que van encarriladas en hacer esta actividad más sostenible medioambientalmente.
La Autoritat Portuària de Tarragona asegura que ha acelerado la electrificación de los muelles y, en este sentido, se ha incluido una partida de 16 millones en el plan de inversiones para iniciar este proceso en las terminales de Balears, Cantabria y Andalusia, teniendo en cuenta que la primera de estas es la destinada a los cruceros. Fuentes portuarias apuntan que durante la fase de construcción la infraestructura ya se dejó preparada y ahora se trata de que «haya la suficiente demanda para que sea rentable».
El enclave tarraconense asegura que quiere ser «pionero» en avanzar en la estrategia de descarbonización y ya está trabajando en un anteproyecto para la conexión de los barcos a la red eléctrica, mientras se están analizando diferentes propuestas para garantizar este suministro eléctrico, entre las que se contempla tanto la posibilidad de crear una comunidad energética o como la implantación de turbinas eólicas en aguas portuarias.
Asimismo, el Port llevó a cabo un estudio ambiental en 2022 para conocer el impacto de los cruceros en la calidad del aire. Este fue a partir de datos de 2019, cuando se alcanzó la cifra récord de escalas. El estudio se basó en los datos recogidos tanto en la estación del puerto –que está en la zona de hidrocarburos– como en las dos que tiene la Generalitat en la ciudad, haciendo una modelización del impacto que generan estos barcos, de acuerdo con las características del motor, las horas que están en la ciudad y la potencia. En esta se tuvieron en cuenta los datos meteorológicos, cálculos de emisiones atmosféricas y modelos de dispersión de las principales partículas contaminantes, como el dióxido de nitrógeno (NO2), el dióxido de azufre (SO2) y el CO (monóxido de carbono). De acuerdo con este, la aportación o efecto de los cruceros en el registro total de cada elemento contaminante es «menospreciable».
Según el estudio «los porcentajes de contribución no superan en ningún caso al 10%, siendo el más grande de 6,29% en el caso del dióxido de nitrógeno y el menor del 0,245% para el monóxido de carbono».
El sector pone el acento en que «la congestión que representa la actividad de cruceros significa un porcentaje muy pequeño de las visitas que recibe una ciudad». Así lo afirma Alfredo Serrano, presidente de la Asociación Internacional de Líneas de Cruceros (CLIA), quien afirma que en el caso de Barcelona este porcentaje tan solo es del 4,1%, mientras que el impacto económico supera los mil millones de facturación.
«Produce cierta perplejidad que en destinos como Tarragona que todavía está en una fase muy embrionaria para despegar en el mundo de los cruceros se ponga este debate encima de la mesa. Hasta hace muy poco era una ciudad muy desconocida que no estaba en el imaginario de las compañías y ahora podrían verse los frutos, en un sector muy conservador en el cual cuesta mucho hacerse un sitio. Hay potencial para crecer», afirma Serrano.
En la ‘vanguardia’ del sector
La CLIA defiende que los cruceros «estamos en la vanguardia dentro del sector marítimo» de cara a la utilización de nuevos combustibles, como el gas natural licuado. Asimismo, esta asegura que el 80% de barcos operan con tratamiento avanzado de aguas residuales y que «pronto» la totalidad de la flota no precisará de agua, ya que se autoabastecerá con plantas desalinizadoras. En 2022 el agua suministrada por parte del Port de Tarragona fue de 3.117 m3, lo que equivale a un promedio de 48 litros por persona.
De las 58 escales previstas para este año, 26 corresponden a MSC Cruceros que este año se estrena en Tarragona como puerto base. La compañía asegura que la sostenibilidad «es la prioridad número uno» y, al respecto, el objetivo es que «nuestras operaciones tengan un impacto cero para el planeta de cara al año 2050».
Fernando Pacheco, director general de MSC Cruceros en España, defiende que «más del 80% de toda el agua dulce utilizada a bordo se produce directamente a partir de agua de mar» y desde el año pasado, dos de los buques insignia de la naviera ya utilizan la conexión eléctrica local para autoabastecerse.
Con todo, Stop Creuers denuncia greenwashing alrededor de esta actividad. «Ahora utilizan el fuel oil, que está prohibido en el Estado pero sí que puede utilizarse en el mar, mientras la apuesta es el gas natural licuado, que dicen que es una energía verde pero que es un combustible fósil que contiene metano que se libera en la atmósfera, lo que no soluciona el problema sino que lo hace más grande», apunta Misael Alerm. Este defiende que consolidar el turismo de cruceros «es una tomadura de pelo» ya que «los beneficios son escasos». Y, si bien la presión sobre Tarragona es inferior a la de otras ciudades, «por primera vez lo que estamos haciendo es prevenir en lugar de reaccionar al problema». Y añade: «La previsión es de llegar a 250.000 turistas al año, en una ciudad de 140.000 personas donde la parte visitable es muy pequeña, el impacto es más que evidente».
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