Un día más Josep Oriol Prats se dispone a trepar una palmera. Mide entre 12 y 14 metros de altura y se encuentra en la avenida Sant Jordi de Reus, frente a la plaza Pompeu Fabra. Hoy toca sesión de poda y revisar que su salud sea óptima. Como buen palmerero, antes de iniciar la escalada revisa con esmero el material que ya ha preparado la noche anterior. «Es un trabajo peligroso y mucha gente no es consciente de ello», asegura. Según cuenta, hay poblaciones en las que el oficio de palmerero recibe la misma consideración que los policías o los bomberos.
El equipo que se requiere para trepar una palmera es complejo. Entre las herramientas más llamativas está la ‘bicicleta de trepa de palmeras’ – una aparatosa estructura metálica que permite escalar con la máxima seguridad–, los crampones, una gigantesca cuerda de trenzado de hierro o el tradicional corvellón para cortar las palmas. Pero todo ello no sirve de mucho sino se dispone de una gran agilidad, fuerza y técnica a la hora de escalar una palmera.
«Siempre tienes que estar preparado física y mentalmente. No es sencillo podar una palmera a más de 10 metros de altura», reconoce. Y no es ninguna broma, ya que la vida que lleva este reusense de 36 años podría compararse a la de un monje o un maratoniano. «Hace años que dejé de salir por las noches. Me voy a dormir siempre muy temprano para levantarme despejado y en las mejores condiciones para escalar las palmeras». En estos momentos calcula que en el Baix Camp sólo hay cinco especialistas de la palmera que viven de forma exclusiva de un oficio artesanal, muy similar a cómo se hacía antaño.
15 años de experiencia
Una vez listo, Josep Oriol Prats se dispone a trepar por la palmera. Tras una primera toma de contacto, empieza a ascender con una pasmosa facilidad hasta llegar a la cima. En menos de cinco minutos ya está podando la palmera. Desde el suelo le vigila su compañero y socio, también jardinero. Ambos estudiaron en el Institut d’Horticultura i Jardineria de Reus hace más de 15 años. Fue allí donde se enamoró del oficio y decidió hacerse autónomo, montar una empresa de poda y dedicarse exclusivamente a la palmera.
De hecho, no logra enumerar cuantas palmeras ha escalado en su vida, aunque sí tiene claro que la más alta media más de 18 metros. También explica que cuando dispone de tiempo libre lo dedica a viajar por Europa para conocer las últimas novedades y seguir investigando la manera de combatir el temido picudo rojo.
En el mundo de los palmereros existen problemas que podrían acabar con la profesión. Uno de ellos es el desconocimiento e intrusismo que padecen de personas que no están cualificadas para tratar una palmera. «No somos jardineros. Más allá de podar una palmera la analizamos para saber si está enferma y la tratamos». Precisamente, lo que más preocupa es el picudo rojo, un escarabajo que ya ha devorado centenares de miles de palmeras en todo el Estado desde su llegada en 2008. Por este motivo, pide una mayor implicación de las administraciones y que «se unifiquen los criterios» para erradicar su presencia, que también ha hecho mella en toda la demarcación. Por esto, una de las primeras cosas que hace cuando sube a lo alto de una palmera es comprobar que esté sana.
En esta línea trabajan desde la Asociación de Palmereros de Elche, una entidad que lucha para dignificar y mantener vivo el oficio. En la actualidad quieren formar una patronal que reúna a todo el gremio para defender sus intereses. De hecho, para los palmereros Elche es algo así como la Meca de la profesión.
Con el trabajo ya listo, Josep Oriol Prats desciende de lo alto de la palmera. A pesar del esfuerzo realizado no parece cansado. Ahora toca recoger las palmas del suelo junto a su compañero y a seguir la jornada. Un par de palmeras más esperan todavía su cuidado.