¿Cuánto más ricos sean los ricos más pobres somos los pobres? Si la respuesta es sí, no es extraño que el odio a los ricos haya originado unas cuantas revoluciones y singularmente la revolución rusa, que el historiador británico Anthony Beevor me decía el otro día que fue la madre en su odio de las dos guerras mundiales y de nuestra guerra civil.
Gran parte de la teoría económica daba por sentado eso mismo: que los pobres somos más pobres cuanto más ricos son los ricos, porque concebía la riqueza como una suma cero. Es decir, hay un numero limitado de recursos sobre la tierra: digamos que 100 plátanos y si mi vecino se come 99, a mí y a mis allegados solo nos queda uno. O sea que me cargo al vecino; lo frío a impuestos o me muero de hambre.
Pero Daniel Waldënstrom, reputado economista fiscalista sueco, le acaba de dar la vuelta al odio al millonario con un brillante ensayo: Más ricos y más iguales en el que demuestra que eso de los 100 plátanos servía para los monos y la agricultura de subsistencia; pero que en una economía moderna el hecho de que haya más ricos puede ayudar a que haya menos pobres.
Si son ricos emprendedores, trabajadores y pagan sus impuestos es exactamente así: logran que haya menos pobres. Y cita los casos de los milmillonarios suecos fundadores de Ikea o Spotify para argumentar que si no los freímos a impuestos, como quieren otros fiscalistas, podrán generar aún más riqueza para todos. En ese sentido cita también a nuestro fundador de Inditex, Amancio Ortega, o a los Roig de Mercadona.
Waldenström argumenta, además, que los impuestos de sucesiones o herencias y los de patrimonio entorpecen esa creación de riqueza para todos de algunos emprendedores y que deberíamos tasar solo los ingresos: lo que ya han ganado y no el capital que todavía no han podido invertir.
Ni que decirse tiene que fue muy aplaudido por la selecta concurrencia del Círculo de Economía barcelonés; pero en nuestra conversación debo apuntar que me pareció serio, comedido y bien documentado...Y no está a sueldo de nadie. Sin embargo, estudió en la Escuela parisina de Thomas Pikettty, un economista que preconiza justo lo contrario: que se tase las herencias hasta que seamos todos iguales... Por lo menos igual de pobres.
Y en ese punto Waldënstrom me recordó otras conversaciones, como la que mantuve con Woody Allen cuando aseveró muy serio que «Los ricos –y él lo era hasta que le robó su administradora hasta el alma– en general suelen estar de mejor humor y son muy agradables». Pero también la de David Rockefeller cuando vino a España a presentar sus memorias. Se me cayó un boli bajo el sofá de su suite del Ritz de Madrid donde hablábamos y él, con más de 80 años, fue el primero en agacharse a recogerlo mientras sus guardaespaldas se escaqueaban.
«¿Qué es lo mejor que se puede comprar con dinero?» Fue seguramente la pregunta más interesante que le hice; pero la respuesta fue mejor: «La compañía de gente interesante, que no se puede comprar, pero si conseguir cuando tienes algo que ofrecerles». Y al escucharlo me consideré la persona más feliz sobre la faz de la tierra; porque ustedes ya habrán supuesto con acierto que el sueldo del plumilla que esto escribe no es que no dé para comer; es que no da ni para merendar... Pero la compañía de gente interesante, como ustedes que me leen, es lo mejor de mi sueldo.
Y estoy seguro de que ustedes también pueden gozar de esa compañía como hacía yo y aún hago cuando voy a dar clases a la URV. Me doy un paseo por la Rambla y espigo entre los paseantes a quienes han compartido conmigo la ciudad de Tarragona y hablamos de lo que sea; y si voy a Reus, aún encontraré en el Centre de Lectura algunos viejos y buenos amigos. Aunque no sean ricos.