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La dignidad de las víctimas

Los populismos modernos manipulan el lenguaje para justificar sus acciones mientras deslegitiman a las víctimas, reescribiendo la realidad en su propio beneficio

20 febrero 2025 19:36 | Actualizado a 21 febrero 2025 07:00
Javier Luque
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Los populismos modernos tienen que hacer piruetas con el lenguaje para construir una narrativa que, por un lado, justifique sus acciones y que, por el otro, les aleje de la imagen de dictadores y autócratas del siglo XX que protagonizaron dos guerras mundiales. Sé que esta columna empieza de una manera muy espesa pero, si te quedas, te prometo que al final hablo del libro El hombre más feliz del mundo.

Vuelvo con las ‘piruetas’ del lenguaje. Resulta que Donald Trump ha tildado al presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, nada menos que de ‘dictador’ por no haber celebrado elecciones en mayo del año pasado. A Trump se le olvida que Ucrania está bajo la ley marcial desde febrero de 2022 y que es, cuanto menos, una temeridad convocar a millones de ciudadanos a las urnas mientras las bombas de Rusia siguen arrasando escuelas, hospitales y edificios de viviendas en algunas de las principales ciudades del país. A Trump quizá también se le pasó por alto que esto no es una guerra cuando dijo que Ucrania jamás debería haberse involucrado en este conflicto. No. Lo de Rusia en Ucrania no es una guerra, es una invasión. Por lo tanto, los ucranianos no pudieron elegir si querían o no combatir porque se encontraron los tanques en las puertas de sus casas y sus familiares en las cunetas.

En realidad, el presidente de los Estados Unidos es muy consciente de todo esto pero necesita reescribir la realidad para legitimar su acercamiento a Rusia y aislar a Zelenski de las negociaciones de paz sobre su propio país. Trump necesita el ‘amparo’ de la moral para justificar sus coacciones a Ucrania y, por extensión, a Europa. Hay muchas maneras de hacerlo, pero él ha decidido hacerlo de la forma más despiadada posible: deslegitimando a las víctimas, despojándolas de su derecho a la protesta y a defenderse de un invasor con infinitamente más poder militar que decidió anexionarse su país. No sólo han tenido que enterrar a sus muertos, sino también la dignidad de aquél que se sabe moralmente en el lugar correcto de la historia.

Esta cruel deslegitimación de las víctimas no es un proceso ajeno en España. Me despertaba estos días con la noticia de que el jefe del gabinete de la presidenta de Madrid, Miguel Ángel Rodríguez, había desacreditado a uno de los familiares de los 7.291 muertos en las residencias de la Comunidad de Madrid durante la pandemia. El tweet afirmaba que la mujer que salía en el programa de Lo de Évole no había tenido a su madre en una residencia de Madrid, que lo había ‘comprobado’. Momentos después tenía que rectificar su ‘error’ pero desde entonces se ha negado a pedir perdón a los familiares de los fallecidos en las residencias porque, según dice, tildan a la presidenta de Madrid de ‘asesina’. Es decir, estas personas no sólo perdieron a sus familiares en 2020, según afirman, por las lamentables condiciones higiénicas y los escasos recursos de las residencias de ancianos en Madrid, sino que ni siquiera, a ojos del jefe del gabinete, merecen el respeto al haber ejercido su derecho a demandar justicia.

Es difícil encontrar desasosiego en estos tiempos, especialmente cuando todo está cambiando tan rápido. Por ejemplo, en las últimas 24 horas, Trump se ha equiparado a sí mismo con un rey en un mensaje en su red social. Sin embargo, en ocasiones, la vida tiene detalles con uno mismo totalmente inesperados. Hoy ha caído en mis manos la biografía de Eddi Jaku, titulada El hombre más feliz del mundo (lo prometido es deuda). Jaku murió en 2021 a los 101 años y después de haber sobrevivido los campos de concentración de Buchenwald, Auschwitz, y una de las marchas de la muerte. El único superviviente de su familia, judía. «He vivido todo un siglo y sé lo que es enfrentarme a la maldad», empieza Eddi Jaku en su prólogo. «A través de todos estos años he aprendido esto: La vida puede ser preciosa si la vives como tal».

La copia del libro que yace en mi mesa es una edición de bolsillo normal y corriente. Sin embargo, antes de que llegara a mí, el libro pasó primero por la manos de una mujer cuyo abuelo también sobrevivió Auschwitz y después, de esto hace menos de una semana, lo sostuvo Eddith, una mujer austríaca de 87 años cuyo padre, judío, sobrevivió a la barbarie nazi como U-Boot (submarino, en alemán), escondiéndose de la Gestapo. Hoy, seré yo el que me sumerja en su lectura.

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