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Sobrevivir a ‘un tiempo de monstruos’

Las decisiones de Trump han desdibujado las líneas rojas que nos habíamos marcado y los primeros en pagar la consecuencias, históricamente, siempre son los más vulnerables

06 febrero 2025 17:45 | Actualizado a 07 febrero 2025 07:00
Javier Luque
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Vivimos tiempos extraños. Observamos con estupor la decadencia de un mundo que creíamos afianzado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de un sistema global en el que los derechos humanos eran una guía de máximos, es decir, a lo que debían aspirar todas las naciones. La democracia y los valores que la sustentan, como la libertad de expresión, el respeto al otro, la solidaridad o el diálogo eran la meta a las que se encaminaban o, al menos, debían encaminarse las políticas de los distintos actores sociales.

No soy ingenuo. En ese mundo también existía la corrupción política, las dictaduras (si bien iban desapareciendo gradualmente), los crímenes, la desigualdad, el machismo, el racismo... Sin embargo, las acciones de los gobiernos, los movimientos sociales, intelectuales y organizaciones intergubernamentales iban destinadas a poner fin a la corrupción, no dejar los crímenes impunes, reducir la desigualdad y luchar contra el machismo o el racismo. Es decir, existían unas líneas rojas pintadas en ocasiones por la sangre que muchos derramaron por ellas. Nos vendría bien escuchar de nuevo los discursos que los pocos supervivientes de Auschwitz que quedan con vida dieron el pasado 27 de enero en la ceremonia del 80 aniversario de la liberación del campo de la muerte. Y, a la vez, existían unos objetivos de máximos marcados u inspirados por unos ideales.

Esas líneas se han desdibujado en menos de un mes. Ya no hay reparos en hablar abiertamente de limpieza étnica de los gazatíes, negar el cambio climático o eliminar todas las políticas de igualdad y solidaridad. Nos haríamos un flaco favor si pensamos que esto se reduce exclusivamente a Estados Unidos. No es cierto. Miles de organizaciones solidarias en todo el mundo se han quedado sin fondos de forma directa o indirecta, entre ellas, el World Food Programme, el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas, la Cruz Roja o Unicef.

Y los ecos de esos tambores también empiezan a sonar en Europa. Parlamentarios europeos ultranacionalistas ya han amenazado con realizar maniobras para congelar los fondos dedicados a la lucha del cambio climático. Y no son amenazas vacías. En Austria ya se han anunciado medidas que comparten los mismos objetivos si bien se utilizan otras palabras más estilizadas. A esta tendencia se ha sumado Eslovaquia desde las últimas presidenciales y Hungría sigue con políticas dedicadas a satisfacer al Kremlin, contentar a Donald Trump y acallar a los críticos.

Los avances sociales desde 1950 han quedado, de facto, suspendidos en un limbo a la espera que el nuevo mundo vuelva a dibujar las líneas rojas y esboce los ideales a los que debe aspirar la humanidad. Mientras tanto, estamos en una especie de ‘interregno’, tal y como definió el filósofo marxista italiano Antonio Gramsci en su Cuadernos de la cárcel (Quaderni del carcere), escritos entre 1929 y 1935, tras ser encarcelado por el régimen fascista. Un periodo de crisis en el que lo «viejo no acaba de morir y lo nuevo no puede nacer» y en el que se reproducen los «fenómenos morbosos más variados», es decir, es «un tiempo para monstruos», según la reinterpretación moderna de Gramsci que ha hecho el filósofo Slavoj Žižek.

Y ¿qué hacemos? Estupefactos, nos refugiamos en el arte y la cultura en busca de inspiración. Mientras el nuevo establishment se aposenta y la resistencia va cogiendo forma en este período de ‘entre reinos’, parece un momento propicio para buscar cobijo en la lectura y en la introspección. Encerrar, aunque sólo sea por unos minutos, a ‘los monstruos’ en el armario para recuperar fuerzas.

Hablaba recientemente con un amigo y periodista alemán experto en extrema derecha, exhausto por lo vertiginoso de los acontecimientos: «No importa lo que publiques, ya sea una trama de extrema derecha o el auge imparable del movimiento neonazi en ciertos landes», me decía, «a las pocas horas o minutos, ya se está hablando de otra cosa en redes sociales o en los medios para los que trabajo». Mientras tanto, los compañeros en el trabajo comparten poemas de escritores húngaros que apelan a la resiliencia ante la tiranía, o compartimos las últimas columnas de periodistas e intelectuales intentando encontrar en las palabras de otros la falta de aliento en las nuestras. Pero a pesar de todo, seguimos. Exhaustos, pero seguimos.

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