Según la leyenda judía, Dios está harto de todos nosotros y nuestras vilezas, y no le faltan ganas de destruir el mundo. Sin embargo, en cada generación existen 36 seres justos cuya piedad sostiene nuestra existencia y así salvan la Creación.
Estos justos ocultos no están reconocidos como tales y ellos mismos no saben que lo son. Se dedican generalmente a oficios modestos, trabajando como sastres, zapateros o cocheros; se les representa como extremadamente recatados, sencillos e ignorantes ellos mismos de su altura espiritual.
Ninguno conoce su condición como tal y pueden ser cristianos o judíos, musulmanes, animistas, ateos, agnósticos, adorar a un platillo volante, budistas, etcétera. Cualquiera puede ser uno de ellos. Quizás es usted, quizá soy yo o quizá sea esa persona que creemos que no tiene mérito alguno.
La imaginación popular ha tejido innumerables leyendas en torno a estos santos varones que no se distinguen por sus oraciones frecuentes ni por sus ayunos, sino por su actuación en momentos excepcionales.
Para Hannouka (que se celebra coincidiendo con la Navidad) los judíos encienden 36 velas para recordarnos que quizás uno de nosotros es uno de los justos que sostienen la mano de Dios antes de apretar el botón del Apocalipsis. Feliz Hannouka, por si las moscas.