Magia

Sucede algunas noches. El rumor de la muchedumbre que llega desde lejos (muchedumbre qué horrible palabra, me recuerda a los moscas). Sucede, algunas noches, que los recuerdos te golpean y ves, de repente, el gesto de tu madre cuando barría los sábados por la mañana. Clic clic clic. La escoba batiéndonse contra el zócalo. Ritmo cubano, decía. Mira qué ritmo cubano tengo. Era el modo cruel para despertarnos, cuando adolescentes, la cama era el mejor refugio. Sucede algunas noches, que recuerdas olores concretos. Eau de Rochas. Sucede algunas noches que recuerdas las venas azules de su mano. Con el correr de los años, las venas se independizan y quieren romper el limite de la piel. Sucede algunas noches que recuerdas sus manchas en la piel. Recuerdas los nervios y los gritos de alegría. Recuerdas la noche. Porque sucede algunas noches que recuerdas el color de esa noche mágica. Las luces. Los caramelos. Sucede solo una noche que todos estos recuerdos se te acumulan. Decides salir a comprar un regalo (lo consigues, gracias Carmen) lo pones en el balcón, junto a una naranja, una galleta y un vaso de agua (no tengo cognac). Y esperas. Sucede una noche que deseas que la magia exista, que sea verdad que un paje suba por las paredes, que un camello se beba el agua y un rey mágico te traiga ese camión, esa muñeca, esa bicicleta. Aunque el rey mago seas tú.