Hace veinte años que Françoise Sagan ya no escribe. Es una manera de decir que murió hace veinte años. La Sagan, con su Bonjour tristesse, marcó una época literaria y un modo de vivir. Siempre al límite. Conducía coches deportivos por París, vivía la noche como si no hubiera mañana. Se jugaba sus ganancias, se bebía sus derechos de autor. El mundo la adoraba, los escritores la imitaban, las escritoras la elevaban a los altares. Francia está llena de pseudo Françoise Sagan, como está llena de pseudo Marguerite Duras. La literatura francesa -al menos una de sus variantes- no es más que una continuación de sus estilos. Ya quisiera yo poder hacerlo. No es una crítica, es una realidad. No pasa nada. Se puede escribir así, como una navaja que corta la mantequilla por la mañana. Como un puñal que se hunde en una nube. Se consigue poco con tanto esfuerzo, a veces sólo poder decir cosas como «no hay edad para reaprender a vivir. Es más, podemos decir que solo hacemos eso toda la vida. Repartir. Volver a empezar. Respirar de nuevo». Hoy por la Rue Jacob he visto a las herederas de Sagan. Su estilo, su nonchalance, su soberbia maravillosa. Son jóvenes, bellas y están en París. Busquen una combinación más explosiva y me avisan. Yo no la conozco.
Francia (IV)
24 octubre 2024 20:08 |
Actualizado a 25 octubre 2024 07:00
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