Un pacto frágil

Esquerra Republicana ha dado casi todos los pasos para cocinar y emplatar el acuerdo por el que prestará sus votos para investir President de la Generalitat al socialista Salvador Illa. Solo falta sacarlo a la sala y servirlo. Salta a la vista que la visita de Pedro Sánchez al Palau de la Generalitat es parte de la escenificación política previa a la presentación de ese acuerdo como una victoria, un éxito, un trofeo. Es un plato cocinado a fuego muy lento, que debe servirse frío a una opinión pública —tanto la catalana como la española— poco entusiasmada y aún menos receptiva a ese guiso y a los condimentos y guarniciones con que se aliña desde hace semanas. Agosto, el mes de la pereza, de la indolencia, es un mes propicio para hacerlo. Para Esquerra, ese pacto es la garantía de que se reservará alguna cuota de poder y una cierta presencia en ámbitos de decisión política que sus resultados electorales ya no pueden ofrecerle. También le abrirá un espacio de tranquilidad para dirimir la crisis entre las diversas facciones del partido en el congreso de noviembre. Con ese acuerdo, el PSC ofrece al PSOE un trofeo que compensa, más o menos, las complicaciones judiciales por las que atraviesa Pedro Sánchez y las dificultades parlamentarias de su gobierno, falto de una mayoría consistente en el Congreso de los Diputados. Su fragilidad ha vuelto a ponerse de manifiesto esta misma semana al negarle Junts sus votos para aprobar el techo de gasto presupuestario y la reforma de la ley de extranjería. Así es la política. Negociación y pactos. Una duda, al menos una, planea sobre esta articulación entre el PSOE y ERC: ¿será duradera? ¿Resistirá la ultraactividad, más política que jurídica, de los jueces del Tribunal Supremo contra la ley de amnistía? ¿Sobrevivirá al regreso de Carles Puigdemont y su eventual detención y cárcel? Es dudoso. Dicho de otro modo, ERC y el PSC repiten en Barcelona un acuerdo tan frágil como el que hace sufrir a Pedro Sánchez y a su gobierno de coalición en Madrid.