Uno al norte, en la Punta del Fangar; otro al sur, en la Punta de la Banya; y el último, en la isla marítima y fluvial de Buda: he aquí la ubicación de los tres faros de hierro mandados a construir en la factoría de John Henderson Porter, en Birmingham, según el diseño del ingeniero y arquitecto Lucio del Valle a mediados del siglo XIX. Su construcción obedeció a la necesidad de evitar los embarrancamientos y naufragios que lastraban la navegación, y por ende el comercio, en el Delta de l’Ebre, de ahí que la empresa formara parte primer Plan de Alumbrado Marítimo de España. Sin embargo, ninguno de los faros ha sobrevivido a la modernidad, o quizá sí: en el Port de Tarragona se halla una torre llamada Far de la Banya. ¿Es este el faro emplazado antaño en el lugar de igual nombre? En la ruta de esta semana, paseamos por el puerto de Tarragona a fin de arrojar algo de luz.
El faro de la Banya
A mediados del siglo XIX, hasta la aprobación de dicho plan, el litoral catalán contaba únicamente con los faros de Barcelona, Tarragona y Salou. Con su promulgación se contemplaba la construcción de torres en los principales puntos del litoral español, así como la creación de un cuerpo de funcionarios destinado a velar por su funcionamiento.
La entrada en funcionamiento del Far de la Banya, el segundo en importancia tras su homónimo situado en el cabo de Tortosa, se llevó a cabo el martes 1 de noviembre de 1864 tras ser emplazado sobre una playa rasa al sureste de la bahía de Els Alfacs. Se trataba de una torre de hierro ligeramente cónica y linterna poligonal en cuyo centro se encontraba la habitación de los fareros.
La vida en los faros
Estuvo en funcionamiento hasta 1978, durante más de cien años, y fue sustituido por una torre de hormigón. Sufrió así un proceso de abandono y degradación hasta que, en el año 1985, la Junta del Port de Tarragona propuso su recuperación e instalación en el dique de levante de la ciudad, integrándose en la imagen corporativa hasta el año 2010. Estas estrellas de la mar eran cuidadas por unos profesionales que las industrias culturales, en especial el cine y la literatura, se han encargado de dibujar como hombres solitarios y atribulados, véase la novela de Julio Verne El faro del fin del mundo (1905) o la película de Robert Eggers El Faro (2019). La misión principal de este cuerpo de funcionarios, cuya creación fue propiciada por el Plan General de Alumbrado Marítimo de España e Islas Adyacentes (1847), era el encendido y apagado del faro a tiempo a pesar del estado de salud del farero. De acuerdo con el libro La vida en los faros de España de David Moré Aguirre, «hubo casos de hijas que llevaron a cabo el sagrado deber de encendido del faro con su progenitor recién fallecido en las mismas dependencias, contribuyendo por encima de todo a salvaguardar las rutas de los navegantes». En cualquier caso, lo más llamativo de los fareros no está entre en sus funciones, sino en una obligación que configuraba su estilo de vida: vivir y trabajar en un único espacio. A diferencia de la imagen estereotípica de la ficción, los fareros convivían con su propia familia e, incluso, con la de sus compañeros. Su calidad de vida aumentó tan pronto dejaron de compartir espacios, pues las nuevas estructuras abogaban por separar las estancias, aliviando las posibles tensiones entre sus moradores. Fuere como fuere, Moré Aguirre señala que «los torreros venían obligados, por su mutua seguridad y la del alumbrado, a soportarse sin violencia y sin odio. En caso contrario, los superiores habían de actuar a fin de salvaguardar su empresa».
El fin de los torreros
El faro de la Banya sobrevivió, pero no lo hizo así el Cuerpo de Torreros de Faros o de Técnicos de Señales Marítimas, cuya vida se desarrolló entre 1851 y 1992. La ley 27/1992, de 24 de noviembre de Puertos del Estado y Marina Mercante supuso su extinción, que no su eliminación.
Aprender más
Los nuevos sistemas de control remoto facilitaron prescindir de la fuerza de trabajo, agrupando el control de las señales y reduciendo los costes.
Así, ya no se realizan oposiciones de ingreso, pero todavía encontramos fareros en activo contratados por autoridades portuarias.
Son múltiples las obras que nos acercan tanto a esta profesión como a los faros de nuestro territorio. Por un lado, quienes deseen aprender más encontrarán en Los faros españoles: historia y evolución y en La vida en los faros de España dos títulos de cabecera con que saciar la curiosidad. Por otro lado, quienes deseen maravillarse encontrarán en la obra de Verne, Eggers o Virginia Woolf productos con que alimentar esta fascinación, aunque quizá sea la verdadera historia del faro de Buda aquella que atrape su atención.
Distancia: x
Desnivel positivo: x
Duración: x horas
Dificultad física: x