Junts ha cerrado su congreso con una ejecutiva a la medida de Carles Puigdemont. Él mismo presidirá el partido, poniendo fin así a la anomalía de que lo dirigiera un militante de base. Jordi Turull continúa como secretario general, en buena lógica, pues es quien ha organizado el conclave con mano firme. El evento más sobresaliente del congreso es la marginación del sector borrasista, que queda sin representación ejecutiva a efectos prácticos. El partido incorpora caras nuevas procedentes de sus generaciones más jóvenes, de otros vehículos políticos (los Demòcrates de Antoni Castellà, Impulsem Penedès de Jaume Casaña o Acció per la República de Agustí Colomines...), de diversos talantes (desde Jaume Giró, un liberal, pasando por Victòria Alsina, una pragmàtica, hasta Oriol Izquierdo, un socialdemócrata) y de nuevos sectores como Xavier Vinyals, ex presidente de la plataforma Proseleccions Catalanes, o la empresaria Anna Navarro, por ejemplo. La presencia de mujeres es casi paritaria, y la representación del territorio, completa.
La nueva ejecutiva de Junts ha sido elegida con un 43% de participación de los afiliados, un dato que indica que tendrá que trabajar duro. Este abstencionismo es de interpretación compleja, pero ninguna de sus causas posibles —desilusión, indiferencia, enfado— puede revertirse sin bajar a la arena del trabajo militante, sin el prestigio que da gobernar bien y sin el aval moral de sostener los principios. De los debates celebrados y de los documentos aprobados en el congreso emerge un programa con propuestas que, en general, van del centro amplio hacia la derecha y manifiestan afán de constituirse en un partido catch-all, más propenso a la propuesta y al gobierno que al resistencialismo enrocado. Puigdemont aludió en su discurso a buscar la centralidad, a ganar espacio al PSC y a construir una alternativa de gobierno. Por decirlo de otro modo, el Junts que emerge de Calella se parece más a la antigua Convergència que a vehículos como la efímera Crida per la República. Mejor. La mayoría de los gobiernos, en España y sus comunidades, son débiles y carecen de mayoría y de estabilidad. No son las mejores condiciones para impulsar transformaciones y resolver los desafíos actuales. El momento reclama partidos capaces de pactos muy transversales para gobernar con eficacia. Si Junts entra por esa senda, a Catalunya le irá mejor.