En la cumbre climática celebrada en Glasgow se refrendó el compromiso alcanzado en el Tratado de París. Un compromiso hacia la neutralidad en carbono para el año 2050 (o 2060 para China y Rusia), que fija además unos objetivos intermedios para el año 2030, el programa que hoy conocemos como Fit for 55, o lo que es lo mismo, reducir en un 55% nuestras emisiones de carbono en el año 2030. Cuando hablamos de neutralidad en carbono, o de impacto ambiental en general, hay tres conceptos que son importantes. El primero, la urgencia. El gran objetivo fijado en París es que la temperatura del planeta no suba más de 2º respecto a la época preindustrial. Cada año que pasa sin disminuir las emisiones de carbono nos obliga a mayores esfuerzos en el futuro, y tiene efectos desastrosos para nuestro planeta, en forma de inundaciones, anomalías térmicas, sequías, incendios, escasez de agua..., muchos de ellos irreversibles.
El segundo, es un esfuerzo de todos. La industria, incluyendo todos sus sectores, genera un 20% de las emisiones de CO2 globales. La generación y consumo de energía en todas sus formas, incluida la que todos consumimos en nuestros hogares y oficinas, supone otro 30%. El transporte es responsable de un 15% del total de emisiones, y la agricultura y explotación directa de la tierra de otro 25%. Todos, por tanto, tenemos la capacidad y la obligación de contribuir a la reducción de nuestro propio impacto ambiental.
El tercero, la neutralidad tecnológica. Hay múltiples formas de alcanzar los objetivos marcados y múltiples tecnologías disponibles. Distintos territorios y distintos momentos pueden requerir soluciones distintas. La transición energética debe dar cabida a diferentes tecnologías, y descartar desde un inicio determinadas opciones es una manera de limitarnos, y probablemente, de no alcanzar los objetivos marcados en el momento necesario. Por supuesto que el hidrógeno verde es el futuro, pero mientras ese futuro llega, y esa tecnología evoluciona, tenemos que empezar a reducir nuestras emisiones, y hay dos soluciones que tenemos que implementar y potenciar: los ecocombustibles y la captura y almacenamiento de CO2.
En ambos casos se trata de tecnología probada y contrastada, permite el aprovechamiento de las infraestructuras actuales, y sobre todo, permite empezar a reducir nuestras emisiones desde ya. Necesitamos el apoyo de las administraciones para estas tecnologías como ya está ocurriendo en otros países de Europa.
La industria de nuestro territorio apuesta desde hace tiempo por la reducción de su impacto ambiental, no sólo minimizando nuestras emisiones directas, sino también reduciendo nuestro consumo energético, empleando un porcentaje cada vez mayor de energías renovables en nuestro mix energético, minimizando los consumos de agua (tenemos un ratio de aprovechamiento de aguas residuales para uso industrial único en nuestro país, a través de la estación depuradora de Aitasa), y la minimización de los residuos que generamos. Invertimos en proyectos de circularidad y de nuevas energías, convencidos de que la industria química es, hoy más que nunca, parte de la solución.Debemos ser conscientes de que todo esto requiere un esfuerzo. Un esfuerzo en nuestros hábitos de consumo, de compra, de movilidad..., y también un esfuerzo económico. Tenemos maximizar la colaboración público-privada y dotarnos de mecanismos e infraestructuras que hagan a nuestras empresas más eficientes y competitivas, de forma que puedan seguir invirtiendo en la transición energética. Es el momento de jugar con las mismas cartas que las empresas y economías con las que competimos, y para ello necesitamos la colaboración de todos: administraciones, empresas y tejido social.
En definitiva, es el momento de la verdad. Porque el planeta no espera, la historia de la transición energética ya se ha empezado a escribir, y tenemos que decidir si queremos el papel protagonista.
Eduardo Sañudo, Director general de Vopak Terquimsa