Para comentar los parklets que desde hace unos días acaparan la atención en el tramo peatonalizado y reformado del arrabal de Santa Anna, permítanme una mirada más lejana, hacia Madrid. Allá por el 2015, tras la elección de Manuela Carmena como alcaldesa, el Ayuntamiento dio su apoyo al movimiento ciudadano contra los llamados bancos antimendigos –era imposible tumbarse a dormir en ellos– instalados por su predecesora, Ana Botella. Con el objetivo de sustituirlos progresivamente, el consistorio convocó un concurso de ideas para diseñar los nuevos bancos públicos de la ciudad, con la premisa de que debían convertirse en elementos socializadores, amén de ser viables económicamente, sostenibles y respetuosos con el medio ambiente, funcionales, confortables, inclusivos, duraderos y adecuados al entorno urbano. El certamen fue bautizado con un nombre que no ofrecía dudas: #BancosParaCompartir.
Se recibieron 218 propuestas, de las que un jurado técnico seleccionó 12 modelos para someterlo a un proceso participativo en que los madrileños pudiesen intervenir en la elección, aunque la decisión final saldría de la votación popular combinada con la puntuación emitida por un comité de expertos.
A través de la web municipal Decide Madrid, los mayores de dieciséis años empadronados en la capital podían dar su voto a sus tres propuestas preferidas.
Procesos poco participados
El casting era variopinto y seguramente la propuesta más rompedora era la titulada Sienta Madrid!, que pretendía aplicar el concepto del bicing –la bicicleta pública compartida– a la disponibilidad de asientos en espacios públicos, de forma gratuita.
La votación popular la ganó el modelo Mucho gusto Madrid, que podríamos considerar como el más clásico, con 1.730 votos. Cabe destacar que sólo los tres primeros clasificados lograron superar los mil votos. La valoración del jurado de expertos fue distinta y la ganó el arquitecto Marcos Plazuelo con la propuesta Yo tenía tres sillas en mi casa..., un diseño modular que ofrecía varias posibilidades de composición: bancos individuales, con o sin respaldo o chaise longue. Son los bancos de madera de las aceras de la Gran Vía tras la reforma de la céntrica arteria madrileña.
No tienen ningún parecido con los parklets de madera con plataforma para sentarse y jardinería que dan singularidad al renovado arrabal de Santa Anna, pero comparten la misma filosofía de mobiliario urbano: generar nuevos espacios de relación, que en el caso reusense se completan con sillas y mesas.
A mi juicio, la experiencia de Madrid aporta un par de conclusiones reveladoras a la hora de abordar las polémicas que siempre genera el urbanismo que apuesta por nuevas tendencias.
La primera, que la opinión popular tiende al conservadurismo en esta materia. Y la segunda, que una cosa son las críticas y las chanzas y otra involucrarse en la elección del diseño. La ínfima participación de los madrileños es reveladora al respecto y no guarda ninguna relación con el eco que el asunto tuvo en los medios de comunicación, ni con los esfuerzos para corresponsabilizar a la ciudadanía en la toma de decisiones de este tipo.
En Reus, el principal atractivo del rediseño del arrabal de Santa Anna es precisamente el mobiliario urbano, porque más allá de la peatonalización, la nueva imagen de la vía depende casi en exclusiva de estos parklets y de su función como nuevos espacios de estancia y convivencia y de reclamo para que la ciudadanía pasee a pie por el arrabal.
Repensar los arrabales
La materialización del proyecto, redactado por CIG Enginyeria SLP, lo que ha conseguido de momento es incentivar la creatividad y la imaginación popular en cuanto a tuits y memes. Pero no es en las redes donde hay que constatar su buen o mal resultado, sino en la aceptación y utilización por parte de las personas y su contribución a dinamizar el arrabal. Y esto sólo el tiempo lo dirá.
En mi opinión, la apuesta por estos elementos como distintivo e idiosincrasia del nuevo arrabal de Santa Anna es una buena idea. Otra cosa es el diseño elegido entre la multitud actual de parklets, pero ahí, además de gustos estéticos y funcionales, juegan otras consideraciones como los costes de producción, instalación y mantenimiento.
Repensar los arrabales de Reus significa intervenir en el elemento probablemente más característico de la estructura urbana de la ciudad junto con los paseos. Y existe un precedente delicado al respecto, como fue el primer proyecto de reforma de los paseos diseñado por los arquitectos Enric Miralles y Carme Pinós, que sólo se aplicó al primer tramo del paseo Prim ante la fuerte contestación popular. Pese al prestigio de sus autores, el concepto casó mal con la imagen que los reusenses tenían de sus paseos. De aquello sólo quedan algunos elementos, que afortunadamente se decidió salvar. Veremos qué pasa ahora con los del arrabal.