Libros

02 julio 2024 20:28 | Actualizado a 03 julio 2024 07:00
Natàlia Rodríguez
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Tengo libros mordidos por el tiempo, o por algún animal que jamás he visto. No sé si las polillas también devoran el papel, o lo hacen los gusanos que lo devoran todo. Pero cada vez que en la mudanza infinita de la vida, abro un caja de libros me los encuentros con muescas, como los paleontólogos encuentras a sus huesos, los geologos a sus rocas, los antropólogos a sus muertos. Cada mudanza me prometo a mí misma cual Scarlett O’Hara que no me volverá a pillar con tanto bulto. La vida es una acumulación de bultos. Pero no lo consigo. Hay libros que no te puedes quitar de encima por si acaso. Por si acaso tienes que volver a ellos, como quien regresa a un refugio, a un viejo jersei, a una vieja manta, a un viejo amor que te dará la sensación que todo está bien. Por un instante. Los libros forman una barrera protectora contra las paredes y en las paredes están los límites. Son nuestras trincheras, la protección. Son el totem al que sacrificamos nuestros tiempo y nuestros recursos (el dinero gastado en libros, ¿por qué no desgrava en Hacienda? ¿por qué no sirve en la declaración de renta? ¡Si es el plan de pensiones más eficaz que existe!). Los libros mordidos por el tiempo que aparecen en todas mis mudanzas.

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