Esa impresión sutil que hace tiempo tenemos algunos cuando viajamos: sentir que estorbamos, que no hace falta tanto ir de aquí para allá. Intuir que el mundo sería mejor si nos quedásemos todos bastante más en nuestra casa/barrio/ciudad. Mi medianaranja me dice desde su casa en Francia que ha decidido no salir de nuestra franja horaria. La del meridiano Greenwich. «Pero ¿ni Portugal ni Inglaterra?», pregunto. «Même pas», me responde. Pessoa decía que viajar es para los que tienen poca imaginación. Todo esto, en realidad, ya está más visto que el tebeo. Todo lo relativo a los viajes es un cliché. La dicotomía viajero/turista. Bendición económica o plaga de langostas. El viajero informado y su aura de virtud, rollo «llegamos al norte de Laos y éramos los primeros occidentales». La náusea del aeropuerto, las colas. Que hay que viajar para abrirnos al mundo. Que yo me quedo en casa por decencia ecologista y huella de carbono. Las expectativas, la decepción, la comparación, «me lo imaginaba más grande». Que yo ya estoy de vuelta de todo. Que como en casa, ninguna parte. Da igual cuál sea tu posición ante el viaje: todos la hemos oído antes. Cada uno hará lo que le dé la gana. Yo me lo pensaré cada vez más, siempre he querido viajar, pero ante el desconcierto, prefiero hacerme a un lado discretamente. Fui una afortunada. Ahora solo me espera Francia.
Viajar
26 noviembre 2024 21:23 |
Actualizado a 27 noviembre 2024 07:00
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