En algún punto entre la somnolencia y la ensoñación, la luz de la primavera se siente casi real. La humedad que impregna todo tipo de cuerpo y superficie en las ciudades de por aquí se transforma en una humedad ingrávida que abraza los árboles y brilla durante el atardecer. Ayer, tras el granizo, las aceras brillaban como la plata bruñida. Como ocurre con todas las cosas verdaderamente espectaculares, pueden pasar desapercibidas ante una mente ocupada. Si la quietud del bosque no te cautiva, detente lo suficiente como para sumergirte en su magia opalescente; tal vez, solo tal vez... lo sublime te toque el alma. Aunque estés en el fragor de una redacción bulliciosa, detente y mira la luz tras la lluvia. Es una luz que toca la vista y se forma en nuestra retina, incuestionable. Porque pertenece allí. En estos días de kit de supervivencia ante catástrofes varias (ya les avanzo el nuestro: vino, champagne, queso comté, huevos, pan de masa madre, jamón, conejo, brócoli, agua con gas, coca-cola zero, mantequilla Bordier con sal, aceite de oliva DO Siurana, mostaza, café y té) vale la pena parar y mirar la luz. La luz no necesita nuestra mirada para existir, pero cuando nos detenemos, nos ofrece la alegría silenciosa que a menudo extrañamos, ahogada por nuestro propio ruido. Es primavera, alborotada y sarcástica, habrá que darle una oportunidad.
Primavera
25 marzo 2025 20:28 |
Actualizado a 26 marzo 2025 07:00

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Un articulo de Natàlia Rodríguez
Directora
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