Es el nombre que los romanos dieron a un pueblo que habitaba las riberas de lo que hoy conocemos como el Sena. Es el nombre -también- de uno de los hoteles más emblemáticos de París. Uno de los ‘Palace’, junto al Ritz, al Georges V, al Plaza Ahtenée y al Bristol. Ayer pensé que tomarme un café en su bar, en ese día gris y extraño que es el 28 de diciembre, era algo osado, pero el año se acaba y a la osadía le quedan dos días. Cuando entramos en un bar de hotel, de inmediato, todos somos más interesantes. Será por el cine o las novelas, o por todo a la vez. De repente nos envuelve en un aroma de misterio. Los bares de hotel son como las estaciones o los aeropuertos. Son no-lugares. Su esencia es el tránsito. Lo fugaz. Lo secreto. La ropa que llevamos es más bonita en el bar de un hotel de lujo, la piel está mejor iluminada y nuestros pasos, en esas moquetas de espesor mítico, son de cadencia perfecta. En un bar de hotel siempre parecemos espías o, en su defecto, personas que reflexionan sobre temas trascendentales como desviar el curso de una guerra o recuperar a un amor perdido aunque, en realidad, estemos pensando en que no hemos comprado la dichosa mantequilla Bordier con pimienta vasca. No es poca cosa cruzar la puerta de un hotel con paso firme, sentarse en un sillón mullido o en una barra rotunda, pedir un café crème y entregarse a un gesto decadente y legendario en soledad. Precio total de la aventura: 15 euros.
Lutetia (primera parte)
28 diciembre 2024 20:51 |
Actualizado a 29 diciembre 2024 07:00
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