Hace sesenta años, un médico, Albert Bruce Sabin, le dijo no a la fortuna. Albert Bruce Sabin había nacido en Polonia, cerca de la frontera bielorrusa. En realidad, se llamaba Abram Saperstejn y su lugar natal, Białystok, formaba entonces parte del Imperio ruso. En 1921, emigró con su familia a los EE.UU. a bordo del SS Lapland que zarpó del puerto de Amberes. En 1930, se convirtió en ciudadano naturalizado de los Estados Unidos y cambió su nombre por el que hoy conocemos. El antisemitismo no es algo reciente. Hace sesenta años, el doctor Albert Bruce Sabin, decidió no patentar su descubrimiento: la vacuna contra la polio. Esta decisión permitió que ninguna multinacional farmacéutica pudiese forrarse, y que todo el mundo (y aquí el adverbio no es un recurso, es una realidad) pudiese acceder a ella y poner así fin a la epidemia. Entre 1959 y 1961, millones de niños en Asia, África, Europa y América recibieron la vacuna en doble dosis. Yo recuerdo la mía porque una dosis era oral, un líquido color de rosa con sabor azucarado, que yo me tomaba cada sábado cuando acompañaba a mi madre –enfermera– a vacunar en Sanidad, delante de las murallas. Cuando le preguntaron por qué había renunciado a la patente, este médico emigrante, judío y refugiado, respondió sencillamente que había «preferido hacerles un regalo a los niños del mundo». Papa Noel existe. Y, a veces, se llama Albert Bruce Sapin, o Abram Saperstejn.
La polio
30 diciembre 2024 19:24 |
Actualizado a 31 diciembre 2024 07:00
Comparte en:
Comentarios