Alzheimer

19 septiembre 2024 19:33 | Actualizado a 20 septiembre 2024 07:00
Natàlia Rodríguez
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Primero fue la caligrafía. Se inclinaba en exceso. Temblaba. Decidió comprarse cuadernos para niños. Repetía las frases. He guardado esos papeles y en esas líneas ves cómo avanza la enfermedad. La caligrafía perfecta de mi madre se transformó en un galimatías de líneas que no conseguían comunicar nada. La incapacidad de leer. Que si eran los ojos, pero no eran los ojos. Nunca fueron los ojos. Eran las palabras que la rehuían. Se alejaban esas maravillosas palabras que adoraba. Repetíamos poemas, canciones. Carlos Gardel. María Dolores Pradera. Joan Manuel Serrat y poemas en catalán que debió aprender de niña. Les quatre barres de sang. Bailábamos. Siempre pensé que la música era un alivio. Pero tampoco lo era. «Me pierdo en un mar, voy saltando de isla en isla», eso me lo dijo un día cuando la enfermedad era evidente. Ella se estaba perdiendo a sí misma y yo no comprendía que perdía a mi madre. Porque todos hablan de la enfermedad, pero nadie te cuenta que tú no lo vas a aceptar. No quieres aceptarlo. Te resistes. Y le continúas exigiendo que sea la de siempre cuando ella ya no puede ser la que era. La enfermedad se lo impide, pero qué difícil es aceptar el olvido, la mirada vacía, la incomprensión. La violencia. La reacción extraña. Ya no es tu madre. Pero es tu madre. Se la llevó el Alzheimer. El infierno es perderse a sí mismo dentro de tu propia cabeza.

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