«¿Cuantos sentidos hay? Hace unos 2370 años, Aristóteles escribió que había cinco, tanto en los seres humanos como en otros animales: vista, oído, olfato, gusto y tacto. Esta lista ha pervivido hasta hoy. Pero según la filósofa Fiona Macpherson, hay razones para ponerla en duda. Para empezar, a Aristóteles se le pasaron algunos de los sentidos humanos: la propiocepción, es decir, la percepción del propio cuerpo, que no es lo mismo que el tacto; y la equiliobriocepción, el sentido del equilibrio, que está relacionada tanto con el tacto como con la visión».
El ser humano anda cada vez más desconectado de los sentidos, las emociones e, incluso, el mundo real que nos rodea para estar más conectado a un terminal tecnológico en una realidad más distorsionada. Pero, ¿qué hacemos cuando nos encontramos agobiados y estresados? Escaparnos a la paz palpable y conectar con la naturaleza: una caminata por la montaña, un rato de sol frente al mar, un paseo por el bosque, una siesta encima de la hierba... éste es el significado que debería darse a la ahora ya manida frase ‘desconectar para volver a conectar’ y no para volver a tener el estado activo en nuestro mundo digital o el piloto automático en los quehaceres de la vida adulta.
En todo eso nos llevan la delantera los animales. Sencillamente, porque ellos nunca están desconectados de su entorno: viven en él de la forma más honesta y salvaje y se comunican con él. ¿Sabían que las mariposas tienen unos receptores en sus patitas que hace que perciban sabores cuando se posan sobre una superficie? ¿Que los cantos de las ballenas pueden escucharse desde un océano a otro? ¿Que unas determinadas polillas son las que escuchan las frecuencias más altas de todo el reino animal? ¿Que los delfines cuentan con un sonar natural que es capaz de encontrar objetos enterrados? ¿Que hay insectos que se comunican enviando vibraciones a través de la planta sobre la que están posados? ¿Que las tortugas marinas o una especie de petirrojo pueden orientarse en distancias muy largas percibiendo el campo magnético de la Tierra? ¿Que unos determinados escarabajos son capaces de localizar incendios forestales a largas distancias, que los bultos del hocico de un cocodrilo le sirven para detectar las ondas casi imperceptibles de posibles presas en la superficie del agua o que los elefantes, sencillamente, pueden oler el peligro?
En 2021 el Premio Pulitzer (categoría de reportaje explicativo) recayó sobre Ed Yong (Malasia, 1981) por su aplaudida cobertura de la pandemia de covid-19. Sin embargo, para la comunidad científica y para la prensa, no era un nombre nuevo: Yong es un aclamado periodista científico cuya firma reluce en publicaciones prestigiosas como The New York Times, National Geographic, The New Yorker o Scientific American. Desde la editorial Tendencias, que publica su último ensayo para el público español, recuerdan que «su primer libro, titulado Yo contengo multitudes, donde relata las asombrosas asociaciones que microbios y animales forman entre sí, fue best seller del New York Times».
Yong es una eminencia que nos recuerda «que gran parte de lo que sucede entre las formas de vida de la Tierra está más allá de nuestro conocimiento» y que «para entender nuestro mundo no necesitamos viajar a otros lugares, sino ver a través de otros ojos».
Decía que La inmensidad del mundo es un libro para los amantes de la Pachamama porque nos acerca a ella a través de las capacidades animales para percibirla desde todas sus dimensiones. Y cómo, deformando nuestro mundo en un lugar cada vez más saturado, ruidoso, e, incluso, enfermo, estamos llevando a perjudicar la relación natural entre los animales y su entorno. Despierten sus sentidos y disfruten de esta lectura.
Título: La inmensidad del mundo
Autor: Ed Yong
Editorial: Tendencias
Traducción: Blanca Rodríguez y Antonio Rivas
Páginas: 480 + anexos