«La bruja de Blancanieves, la señora mayor comeniños con la verruga en la nariz, es fruto de un genocidio que tuvo lugar previamente contra mujeres sabias, contra mujeres que tenían conocimientos de medicina. Detrás de la Malvada Reina hay centenares de feminicidios», señala el escritor Joan de Déu Prats. «Los cuentos de hadas tienen una moral fina. Sus brujas, las que aparecen en las historias populares, son malas porque tienen una lección que darnos. Las brujas buenas corresponden a las que fueron falsamente acusadas, las que ejecutaron. Por contra, las de los cuentos eran malas y como tales, las pintaban terroríficamente», manifiesta, por su parte, Jordi Folck.
Una combinación de ambas, de fantásticas y reales, recoge el escritor Joan de Déu Prats en El gran llibre de les bruixes catalanes, con ilustraciones de Maria Padilla (Editorial Comanegra). Así, incluye desde las brujas de Altafulla a la Vampira del Raval, las sanadoras de la Terra Alta que curaban con las manos o la bruja del amor, en el Montsià, sin obviar al flixense Joan Malet, el cazador de brujas que inició su aterrador camino en Arnes.
La sabiduría popular
Justamente fue en Catalunya donde todo empezó, donde se tipificó como delito. «El primer juicio contra estas mujeres tuvo lugar en 1424. Son las Ordinacions de les Valls d’Àneu, por las que se establecieron los castigos a aplicar», explica Folck, autor de La maledicció de les bruixes.
El morisco Joan Malet, quien se hacía llamar Maestro Malet, intentó en Arnes, en 1548, ir contra mujeres de posición acomodada, lo que le salió mal. Cambió entonces de estrategia y se dirigió a mujeres mayores, solitarias y humildes, a quienes señaló en Montblanc, Reus, Alcover o Tarragona. «Evidentemente, si estaban solas era más fácil ir contra ellas, aunque la acusación también podía producirse en caso de estar casadas», apunta Joan de Déu.
Comadronas, curanderas y trementinaires fueron objeto de escarnio público y condena en la horca. «En ellas confluía la sabiduría popular. Entonces, el poder local, no tanto la Inquisición o el rey, que eran más ecuánimes en este sentido, las utilizó de cabeza de turco, igual que hicieron con los judíos o los moriscos. Como había hambre, guerras y peste, para que el pueblo no protestara contra los mandamases, las utilizaron a ellas», defiende Joan de Déu. El escritor, asimismo, comenta que, paradójicamente, fue en el Renacimiento cuando se truncó toda esta sabiduría. «Fue el nacimiento del humanismo, pero al mismo tiempo del pensamiento único. Solo una cultura, una lengua, un estado. No podía haber pensamientos divergentes. Y detrás de las persecuciones había una intención política. Los colegios de apotecarios, de médicos, todos hombres, las vieron como una competencia, algo que subestimaban». A pesar de todo, aunque no las persiguió, la primera chispa la encendió la Iglesia «con los escritos de los Dominicos. Fueron el pretexto, ya que tampoco les convenía tener competencia», afirma Prats.
Entre las acusaciones se cuentan seguir al diablo y rendirle homenaje; renegar de la fe cristiana; robar niños y envenenar o preparar pócimas en pos tanto del amor como del desamor. Pero también se les atribuían las granizadas que echaban a perder las cosechas y provocaban hambrunas. Por ejemplo, en El gran llibre de les bruixes catalanes se cuenta que En Solivella, en la Conca de Barberà, se ha dicho siempre que sus mujeres eran brujas. Y que de esta población provienen las peores granizadas del Camp de Tarragona.
En los últimos tiempos ha habido una reivindicación de estas mujeres, contra sus juicios, que fueron una falacia y, en definitiva, una reparación de un drama social que ha llegado hasta nuestros días muy desdibujado.
En Catalunya
1424: Los primeros juicios por brujería en Europa
El libro ‘Ordinacions de les Valls d’Àneu’, en la comarca del Pallars Sobirà (Lleida), recoge la primera ley que se conoce en Europa sobre el delito de brujería. Algunas disposiciones:
El diablo. Rendirle homenaje y renegar de la fe cristiana; matar a niños y ofrecer pócimas venenosas tenía por castigo «la pérdida del cuerpo y bienes con escarnio público y ejecución en el fuego».
Ofrecer venenos. Se castigaba con la pérdida de «cuerpo y bienes con ejecución en el fuego».
Hacer maleficios o colocar venenos bajo el umbral de la puerta de alguna persona para damnificarla tenía como castigo la «pérdida de cuerpo y bienes».
Maldecir con tumores. Pérdida de cuerpo y de bienes.
Llevar a cabo ataduras o conjuros personales con el objetivo de impedir la cópula carnal se castigaba con «escarnio público y la pérdida de la mitad de la lengua».