Bolivianos en Tarragona: una noche para no pegar ojo tras el intento de golpe de Estado

En la ciudad hay empadronadas 256 personas del país latinoamericano que vivieron con sentimientos encontrados el alzamiento militar

27 junio 2024 15:19 | Actualizado a 27 junio 2024 20:21
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Para la mayoría de quienes viven en España la noticia del intento de golpe de Estado en Bolivia llegaba ayer con el desayuno, cuando ya el conato había sido frustrado y el comandante general del Ejército, cabeza de la revuelta, ya estaba detenido.

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Hay, no obstante, quienes vivieron el desarrollo de los hechos en riguroso directo. En la ciudad hay empadronadas actualmente 256 personas nacidas en el país latinoamericano (a principios de los años 2000 superaban las 500) y en Catalunya son 22.442. Hay que destacar, además, que en España reside la segunda colonia más importante de bolivianos en el mundo después de la argentina.

Uno de quienes no pegó ojo es Luis Suárez (20 años en Tarragona). Después de que familia y amigos en Bolivia le avisaran de lo que sucedía, se enganchó a un canal local que estaba transmitiendo en directo. Cuenta que todo el proceso duró unas tres horas. En su opinión, «fue un circo, una cosa orquestada por el mismo gobierno para aumentar su popularidad».

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Recuerda que al principio estaba «asustado y nervioso, todo el mundo estaba corriendo de aquí para allá buscando gasolina y en los supermercados. Le dije a mi madre que comprara comida suficiente... Aunque al final todo el mundo se alarmó para nada».

Pablo Vargas (18 años en Tarragona), presidente de la Asociación de Residentes Bolivianos en Tarragona, coincide en la misma teoría: «Fue un simulacro, un paripé para que no se note la crisis en la que estamos, para que no se hable de los precios de los alimentos o de que no hay diésel...», opina.

Remy Crespo (20 años en España, antes vecino de l’Hospitalet y ahora viviendo en Barcelona) reconoce que los hechos le trajeron a la memoria «momentos como los de 2019, cuando se rompió el orden constitucional».

Él también es miembro de una asociación de bolivianos en Catalunya y aunque cree que quedan muchas incógnitas sobre lo que pasó, celebra que el golpe no prosperara y se mantuviera el orden democrático. «Cuando los militares dan un golpe no lo hacen por las buenas; van a matar, a encarcelar, a perseguir...».

Una realidad compleja

Pero si para algo sirve conversar con estos bolivianos es para descubrir sus motivos para emigrar, que son universales a cualquier procedencia: seguridad, trabajo, acceso a la salud...

Emilda Durán (18 años en Tarragona) cuenta rotunda que si no hubiera emigrado a España «hace años que estaría bajo tierra», porque allí no tenía dinero para curarse de una enfermedad de la que ya está recuperada. Una amiga la invitó y le prestó dinero para el pasaje. Aquí la madre de las dos niñas que cuidó durante 14 años se convirtió en su ángel de la guardia.

Después de toda una vida trabajando como niñera, se sacó la ESO en la escuela de adultos. «Soy campesina, no tenía formación. Mi idioma materno ni siquiera es el español, sino el quechua. Los niños que he criado me han enseñado catalán». Después de eso cursó un ciclo medio de Formación Profesional y hoy trabaja en una residencia.

Reconoce que la noticia del intento de golpe le generó sentimientos encontrados. Por una parte, estaba preocupada por su familia, pero, por otra, pensaba que era el comienzo del fin para el que define como un «gobierno corrupto». Asegura que ha vivido en primera persona las presiones a los campesinos para votar por un determinado color político

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Cuenta que aquí ha luchado mucho para salir adelante porque no quiere regresar a un país que ya no reconoce y porque desde aquí puede seguir ayudando a su familia para cosas tan básicas como la alimentación o el tratamiento médico. Sufre especialmente por sus sobrinas, para quienes no ve futuro allí.

Luis Suárez comparte la misma preocupación. Pese a que aquí no pudo homologar su título de Administración de Empresas, ha encontrado en Tarragona oportunidades y un lugar seguro donde levantar a su familia. «Allí la seguridad está fatal, según donde vayas no te puedes mover porque te roban o te asaltan».

La polarización, reconocen todos los consultados, es máxima y se palpa en el ambiente. «Tienes que medir lo que dices, tanto personalmente como en las redes sociales. Puedes ir preso por un TikTok», asegura Suárez.

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