Algún graciosito, debajo del rótulo de Personas y Valores, ha escrito con rotulador permanente «Departamento de Felicidad» y, por si fuera poco, un tercero ha añadido «de aquí al Cielo». Me han dicho que también, debajo del rótulo de Operaciones, han añadido «El Quirófano». Vamos, todo un acto de gamberrismo. En la empresa, llevamos unas semanas con estas nuevas denominaciones departamentales y con el cambio de sus responsables. Según la Dirección, toda una apuesta revolucionaria en manos de directivos radicales. La situación actual así lo exige, dicen.
Mi jefe, que no había entrado en el primer gran cambio, ahora también es candidato a él. Irá a Marketing. Aquí, en Ventas, vendrá otra persona a dirigir. No sabemos quién, aunque, mientras tanto, nos han dado la opción de cambiarnos de denominación. Estamos barajando dos alternativas: Asesoramiento a Clientes o Persuasión de Clientes. Yo prefiero la segunda. Tiene más caché y te hace como más psicólogo. No sé si es bueno o malo, pero suena bien. Lo malo es que vendrá el del rotulador permanente y seguro que pone debajo del título que elijamos «Seducción del cliente», o algo peor, nunca se sabe.
Como decía, quién nos dirigirá es todavía una incógnita. Aunque creo que ya hay dos candidaturas: la persona que ahora está en marketing o un fichaje externo. Sobre el posible fichaje, todavía no puedo opinar. De la actual de Marketing, sí tengo opinión. Simplemente decir que, cuando llegó allí, se presentó como radical; aunque desde el inicio observamos que su comportamiento se producía en un registro convencional y continuista.
A pesar del colorido de sus propuestas y de los términos que utilizaba en su presentación, pronto tuvimos la sensación de que «aquella película ya la habíamos visto». En ese momento no me gustó esa sensación, ya que me hacía entrar en ese bucle melancólico que te hace añorar pasados idílicos (siempre mejores debido a su gran tuneado). Además, no deseaba que se me considerara uno de esos resistentes que, en el vocabulario de la Dirección, «pone palos en la rueda y está falto de resiliencia».
Entonces dejé en suspenso mi opinión a la espera de un mayor periodo de observación. A veces, dicen, el tiempo todo lo cura o te hace ver las cosas con mayor claridad. Lo primero no pasó, pero sí lo segundo: asistimos a una vieja película remasterizada, y no precisamente para mejor. Si la candidatura de esa persona es la que prospera, cuando nos dirija y proponga algo envuelto en vaporosos ropajes de novedad (pero siendo un simple remake de algo anteriormente visto y descartado), ¿qué he de hacer? ¿Debo señalar ese aspecto para que sea mejorado o rectificado?; o bien, ¿debo callar por miedo a que estas observaciones sean consideradas puro obstruccionismo?
Lo honrado, creo, implicaría decir aquello que se piensa de lo que se observa. Pero, ¿cómo está valorado el kilo de honradez en la actualidad? Porque, dependiendo de su precio, tal vez yo valga mi peso en oro o bien solo soy un peso muerto prescindible. Y la segunda opción no me gusta.