Maite Fibla es originaria de La Ràpita (Montsià) y doctora en Economía por la Universitat Rovira i Virgili (URV). Cofundadora y Managing Partner de Ship2B Ventures, esta firma de Venture Capital de impacto, nacida a finales de 2020, gestiona hoy más de 50 millones de euros e invierte en startups de alto impacto social y medioambiental. Junto a Xavier Pont y Clara Navarro, en 2013 cofundó la Fundación Ship2B, que tiene como objetivo impulsar la economía de impacto. Esta fundación ha acelerado hasta la fecha a más de 200 startups y ha invertido en 23 startups de alto impacto, entre las que destacan Psious, Qida, MJN Neuroserveis o Fiction Express.
Hace una década, hablar de emprendimiento social era algo exótico. Hoy, parece que no se pueda arrancar una startup si no es de impacto...
Yo llevo en el mundo del emprendimiento social desde el año 2008, estando en el Departament d’Economia de la Generalitat, con uno de los primeros programas que se lanzaron en España. Allí es donde me di cuenta de que, si queríamos dar un impulso a esta forma de emprender, necesitábamos implicar a más gente. Por eso creamos en 2013 [junto a Xavier Pont y Clara Navarro] la Fundación Ship2B, para que las empresas se diesen cuenta de que no podían seguir generando actividad económica sin ser conscientes de los impactos que estaban generando.
«El riesgo de ‘Impact Washing’ es hoy más alto que nunca»¿Y entendían que era algo que iba con ellas?
Lo que me encontraba en 2008 era que la economía social o de impacto era algo muy vinculado a centros especiales de trabajo, pobreza, personas en riesgo de exclusión social... Eran empresas sociales a las que les costaba mucho atraer talento y utilizar tecnología, con modelos económicos poco sostenibles y muy dependientes de las ayudas públicas. En EEUU, en cambio, eso ya había evolucionado, con más tecnología y modelos de negocio con rentabilidades más altas, que podían captar más inversores y talento, con capacidad de generar crecimiento económico e impacto social.
¿Ha cambiado esa percepción?
En 2013, cuando empezamos con la Fundación Ship2B, había mucho por hacer. Captabas el interés de los inversores pero, cuando les hablabas, pocos entendían. Había mucha confusión. En las grandes empresas, se asociaba a la Responsabilidad Social Corporativa y dependía unas veces de Recursos Humanos, otras de Comunicación... Y teníamos una base de emprendedores muy activistas, pero faltaban otros perfiles. Ahora, ciertamente, el impacto se ha convertido en mainstream. Hay muy pocos inversores o empresas que no sean conscientes de ello, y muy poco emprendedor que no tenga en cuenta sus impactos en la sociedad. Este concepto ya está arraigado en Catalunya y España en general. Otra cosa es qué entendemos por impacto.
«Actualmente, entre los emprendedores, si no haces impacto parece que no tengas que captar inversión»¿Y cuál es la respuesta?
Lo primero que debemos hacer es diferenciar los impactos ESG [ambientales, sociales y de gobernanza, por sus siglas en inglés] de los impactos que nosotros clasificamos como inversión de impacto. Hay un proyecto, el Impact Management Project, que clasifica en tres los tipos de impactos que tiene una inversión. La primera es la inversión de ‘tipo A’, en la que tienes en cuenta los impactos negativos que puedes generar. Sería una inversión excluyente.
¿No invertir en armas?
Por ejemplo. Es la inversión que dice: «No invertiremos en industria tabaquera, en armas...». Después está la de ‘tipo B’, que es la inversión con RSC (Responsabilidad Social Corporativa) o con criterios ESG. En ella, se analizan los impactos negativos y positivos que puede generar una actividad y, una vez estás dentro como inversor, intentas reducir los negativos (por ejemplo, mejorando las prácticas laborales), a la vez que buscas potenciar que se incrementen los positivos.
«No podemos pretender que el sector privado reemplace a la Administración o la filantropía»¿Y no es inversión de impacto?
La inversión de impacto sería la de ‘tipo C’, en social business o empresas de impacto. Aquí también se busca, como en la de ‘tipo B’, reducir y maximizar los impactos negativos y positivos, pero a la vez se mira que, claramente, esa empresa esté dando respuesta a un problema medioambiental o social muy concreto. Por ejemplo, que su propósito sea luchar contra el cambio climático.
¿Y eso no puede proponerlo una empresa de ‘tipo B’?
Es cierto que hay sectores en los que es más difícil diferenciar cuándo una empresa es de tipo B o C, pero se puede hacer. Por ejemplo, en el sector de la salud. Imaginemos que tenemos una startup que ha desarrollado una app que ayuda a mejorar el estilo de vida de las personas con nutrición, ejercicio físico y bienestar emocional. Esto, que está enfocado a la sociedad en general, lo clasificaríamos en un impacto de tipo B. Pero si esta app estuviese dirigida a colectivos muy específicos con problemas graves de calidad de vida, como las personas con obesidad, entonces sería de tipo C.
«Hay que clasificar y medir los impactos generados: si no medimos, es cuando nos pueden dar gato por liebre»¿Por qué, si en ambos casos mejora el estilo de vida?
Porque el cambio que provocará sobre un colectivo sano será relativamente bajo, mientras que si por ejemplo se orienta a la obesidad infantil, eso sí que tendrá un impacto realmente muy significativo. Lo cual no quita que, para el modelo de negocio de esa startup, se amplíe la utilización de la app a otros colectivos.
¿La inversión de impacto debe ser siempre rentable?
Han de convivir diferentes herramientas de financiación para estos proyectos de emprendimiento social. Hay problemas sociales que difícilmente se podrán resolver con startups de carácter tecnológico y perspectiva de negocio, y en estos casos sigue siendo muy importante el rol de la Administración Pública, las ONG y la filantropía. Les seguiremos necesitando. Pero después hay otras problemáticas sociales y medioambientales que se pueden solventar desde la perspectiva de negocio, y aquí hay capacidad de captar inversores.
Wallbox o Holaluz, ambas fundadas en Barcelona, son ejemplos cercanos de emprendimiento de impacto exitoso¿Quiénes son esos inversores y qué les mueve?
En primer lugar tenemos el Venture Philanthropy, que renuncia a la rentabilidad económica de su inversión, pero que ahora exige un esfuerzo mucho más profesional, donde se analicen los impactos. En los últimos cuatro años se ha visto cómo ha evolucionado la transparencia y la exigencia de los donantes financiadores. Después tenemos la inversión de impacto con retorno de mercado, o donde los inversores están dispuestos a renunciar a cierta rentabilidad económica. Es aquí donde más se ha evolucionado en los últimos años, porque ven que esta doble rentabilidad puede ser una realidad. En cualquier caso, debemos seguir impulsando que coexistan, y no podemos pretender que el sector privado reemplace a la Administración o la filantropía.
Igual que sucedió con el ‘Green Washing’ (’lavado verde’), ¿vivimos hoy un ‘Impact Washing’, donde hay que colocar como sea el mensaje de que una empresa tiene impacto, aunque no sea tan cierto?
El riesgo del ‘Impact Washing’ es hoy más alto que nunca, porque los inversores quieren demostrar que están invirtiendo en actividades que están dentro de las taxonomías [que encajan con criterios ESG] y, en el caso de los emprendedores, si no haces impacto parece que no tengas que captar inversión. La cuestión es que reducir los impactos negativos e intentar maximizar los positivos ya está en la mentalidad de todos nosotros, pero no hace falta que todo el mundo intente demostrar que está generando impactos que en realidad no genera. Y si haces un impacto de tipo B, pues no pasa nada, también está bien.
En 2013, Maite Fibla cofundó la Fundación Ship2B, mediante la que han acelerado más de 200 startups ligadas al emprendimiento social, con más de 70 millones de euros levantadosY no por ello dejarás de captar inversiones. ¿Es eso?
Lo que hemos de aceptar es que hay diferentes motivaciones y formas de hacer el bien, y todas son aceptables, no hay que penalizarlas. Es importante también la RSC, por ejemplo. Hay que dejar la moralidad un poco aparte, y ser capaces de clasificar y medir los impactos generados, porque solo midiendo los KPIs puedes evitar los ‘Impact Washing’. Si no medimos, es cuando nos pueden dar gato por liebre.
¿Está sucediendo?
Nos encontramos con emprendedores e inversores en esas situaciones. Por eso, para luchar contra el riesgo de ‘Impact Washing’ hay que avanzar mucho en la clasificación, y sin entrar en moralidades.
Es decir: no hay impactos de primera y de segunda, sino que todos suman. ¿Es así?
Esa es la idea. Hay herramientas para la medición del impacto, como el proyecto Impact-Weighted Accounts, de la Universidad de Harvard, que son muy útiles. Si somos capaces de consolidar esas mediciones en los próximos cuatro o cinco años, habremos avanzado mucho y podremos poner límites al ‘Impact Washing’. Será lo mismo que ha sucedido con la estandarización de la contabilidad, y estamos convencidos de que, en los próximos años, las decisiones de inversión se basarán en la rentabilidad económica, el riesgo asociado a la inversión y el impacto de la compañía.
¿Ve capacidad en las comarcas de Tarragona para impulsar proyectos de emprendimiento social equiparables a los que se generan en ecosistemas como el de Barcelona?
En mi opinión, en la provincia de Tarragona estamos en un punto muy dulce, gracias en parte a la situación que estamos viviendo con el teletrabajo, que podemos aprovechar. Madrid y Barcelona son las dos áreas [de generación de startups], pero ahora hay esta posibilidad de tener equipos y atraer talento a nivel regional. Es mucho talento de las Terres de l’Ebre y el Camp de Tarragona que está en Barcelona, que puede volver y atraer inversión. Porque, a diferencia de lo que pasa con las startups, muy fijadas al territorio, el dinero fluye mucho más rápido. El gran debate del territorio ahora sería cómo aprovechar esta oportunidad que se está generando con el teletrabajo.