Seguro que algunas lágrimas habrán brotado de los ojos de los aficionados que ya peinan canas con la muerte de Valero Serer, como en su día ocurriera con el deceso de Di Stefano en el Madrid o el de Kubala en el Barça. No exagero.
Nos ha dejado el mito, el héroe, la leyenda, una parte de la historia del Gimnàstic, aquel supermán sin capa experto en levantar partidos imposibles, de luchar contra las adversidades, que no conocía el desaliento, honesto y rebelde. Un guerrero sobre el césped que fue capaz de inculcar la ilusión por el futbol a jóvenes aficionados que nos apuntamos a la causa.
Serer, en febrero de 1959 y con 27 años, dejaría el Real Zaragoza en el paraíso de la Primera División para aterrizar en el Nàstic en la jungla de la Tercera y abocado al descenso, sus siete goles en los ocho últimos partidos evitaron la tragedia.
En la Avinguda Catalunya permanecería hasta 1971, once temporadas porque en la 1967/68, por discrepancias con la junta, hizo un paréntesis de un año para recalar en el Reus hecho que los aficionados granates le perdonaron.
Valero Serer, valenciano de nacimiento sumó con el Nàstic 328 partidos oficiales y anotó 181 goles. Logró 5 tantos en un partido, en dos obtuvo 4 y en 6 encuentros marcó 3 goles; otro récord que ostenta fue las 12 jornadas consecutivas marcando.
La afición del Nàstic vivía en un largo letargo des del descenso a Segunda en julio de 1950, con una pérdida sangrante de socios y espectadores, la llegada de Serer con su carisma fue el revulsivo que reactivó al público, despertó conciencias, fortaleció la unión entre el equipo y la grada, a la vez que se garantizó el espectáculo sobre el verde cada jornada.
Fue un futbolista fibroso, muy delgado sin ápice de grasa, utilizaba brazos y codos para abrir espacios y tenía un romance con el gol, una pesadilla para las defensas porque tenía facilidad para el desmarque.
Excelente rematador de cabeza de poderoso salto, gran golpeo con la derecha, también atinaba con la zurda, y era capaz de marcar de falta y penalti. Su hermano Salvador jugó en el Murcia, Alcoià y España de Tánger.
A pesar de disponer de ofertas de superior categoría decidió establecerse en la ciudad en un piso de la calle Alguer con su esposa Dora Villacampa y sus cuatro hijos donde ayer falleció.